¡Cuántas cosas bellas hace la Iglesia católica!
Si algo le falta a este acto, es que no salga en los medios, decía el feligrés que, sentado delante de mí, se volvió para ratificar mi ¡bravo!, al terminar el concierto con que ¡Purita de la Riva!, nos deleitó en el templo de los Santos Apóstoles, de Oviedo, el sábado 23, con motivo de las fiestas parroquiales y de las caricias con que, en la eucaristía inmediatamente anterior, se halagaron a cinco matrimonios de la parroquia que celebraban sus bodas de oro y de plata.
Y es que las fiestas del viernes: homenaje a los mayores, con sarao final en el semisótano; las del sábado: reconocimiento de la fidelidad matrimonial, con ese brillante recital de piano, se prolongó el domingo con la alegría de la plazoleta llena de niños que disfrutaron de los payasos, contratados para tal, y de una generosa chocolatada plena de endorfinas; solemne eucaristía de Pentecostés y nuevamente la plazuela llena de gente que se regocijaba con el reparto de botella de vino y bollo y degustación de unos pinchos ad hoc, mientras que la música del dúo “Da Silva”, (que se ha elevado al cuadrado: ahora son cuatro) inundaba el entorno a la sombra de los olmos.
¡Cuánto me hubiese agradado que, cariñoso lector, te hubieras deleitado con este concierto, donde la música se convertía en vida y la vida no sé si en sueño o recuerdos! ¡Mira!, oyendo a Purita de la Riva, se comprende que la genialidad es una disciplina tenaz y una larga perseverancia. No basta como dijo la propia Purita con disculpase con “pues en casa me salía bien”.
La interpretación con que nos sedujo Purita de la Riva, de quien no hace falta añadir adjetivos elogiosos, ha sido un verdadero recital de pasión, de belleza y aún de vitalidad musical. Y no sólo por lo acertado de las piezas musicales escogidas. Dos autores: González del Valle, aquel músico autor e intérprete que con la añada de temas como “No la puedo olvidar”, abre la puerta y nos predispone a oír con el corazón asturiano; o la Segunda Rapsodia Asturiana, dedicada a su amigo Teodoro Cuesta, que termina queriendo imitar, con un enérgico, y popular, un baile como de gaita.
Dos obras más, éstas de Granados, aquel (por haberse quedado lejos bajo las inquietas aguas del canal de la Mancha, junto con su esposa), músico de finales del siglo XIX. La “Danza española, nº 5”, la más popular de las doce que compuso, es una pieza indispensable en el repertorio de cualquier buen concierto de piano. Y ahí estaba. La “Jota de Concierto” de J. Larregla, me parece un guiño, una mirada cariñosa con empatía.
¡Pero, ítem más! En la eucaristía se había rendido merecido homenaje, como decía, al testimonio de amor y fidelidad de cinco matrimonios. Pues hete aquí, generosidad a raudales, que después de agradecer los aplausos y decir que el concierto ya casi había finalizado, Purita nos anuncia que, puesto que de amor estamos hablando, va a recitarnos una poesía. Abandona el piano, desecha el micrófono y, plantada en el medio-espacio, con las manos plenas de armonía faltaría más, no es que recite, ¡declama!, una hermosa y sentida, poesía que se alarga por casi diez minutos ¡sin mirar un solo papel! Y la sonrisa, imperecedera, quítame el aire, pero no me quites la risa, que diría Neruda se suma a la pasión, rebosando belleza y arte.
Además de la belleza: generosidad. ¡Algo habrá tenido que ver su condición de católica!, dijo el párroco, sacerdote que la presentó.
¡Cuántas cosas bellas hace la Iglesia católica que no salen en los medios!
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