Curas de aldea

30 de Mayo del 2015 - Ricardo Luis Arias (Aller)

Muchos he conocido en mi larga vida montañera, ejemplares, que llevaron a cabo una buena labor no sólo religiosa sino también educativa entre sus feligreses. Eran unos paisanos más en el medio rural y aldeano en el que discurrió prácticamente su vida, sin cambio ni relevo alguno. La mayoría vivía pobremente, ayudados por los vecinos que les daban de sus cosechas y matanzas o samartinos. Citaremos, por ejemplo, al cura de Villar de Cienfueyos, en Quirós, don José, que vivía tan pobremente que algunas mujeres le daban ropa de sus maridos. Por mesa tenía un gran cajón. Este cura, mayor ya y delicado de salud, tenía que atender otra parroquia más.

En el valle del Huerna, del concejo de Lena, otro cura muy mayor, llamado don Tomás –cariñosamente conocido como el “Curón”, por su estatura y corpulencia–, párroco de Telledo, y con las de Riospaso y Tuiza también a su cargo, dura y sacrificada era su vida pastoral. Que era más propia de un sacerdote joven, de los muchos que había en la ciudad, cosa que nunca logré entender ni entonces ni ahora. Sí, la vida de aquellos curas de aldea que conocí en la década de los cuarenta, era dura, sacrificada y olvidada por completo por la superioridad eclesial. Como lo viví y comprobé en mi vida montañera, así lo hago constar ahora aquí, recordando a aquellos buenos sacerdotes.

En esa recordación, y en otro lugar de Lena, estaba don Manuel, cura párroco de Herías, muy querido por sus feligreses porque era como un paisano más, pero con sotana. Campechanote él, tenía una gracia enorme, como vamos a demostrar con dos casos que conocemos. Don Manuel sabía hacer de todo, y a todos sus feligreses echaba una mano en sus quehaceres y labores, oficiando sus misas de acuerdo con esos quehaceres y labores como lo son, por ejemplo, la siega y recogida de la hierba, entre otras. Eran famosas las comparaciones que don Manuel hacía para explicar sus sermones u homilías para un sencillo y mejor entendimiento de sus feligreses, siempre atentos a su palabra. Por ejemplo, explicando la existencia de Dios, hizo esta comparación: “Mirái, hay que creer en Dios aunque nun lu veamos. Pues bien, cuando compráis una lata de sardines, sólo veis la lata, a les sardines no, pero creéis que tán dentro como podéis comprobar al abrir la lata. Bueno, pues así pasa col Señor, en el que tenemos que creer aunque nun lu veamos. Too ya cuestión de fe, que solemos tener dormía y roncando...”.

Pero lo bueno y cómico de don Manuel es aquello de la fiesta de Heros de su parroquia, cuando la comisión pagó al gaiteru 50 pesetas a él ni le preguntaron lo que tenían que darle, después de cantar la misa y organizar toda la fiesta religiosa. No dijo nada. Esperó al año siguiente, y el domingo anterior de la fiesta, muy socarrón, anunció: “El domingo próximu ye la fiesta de San Miguel en Heros, así que tolos de Herías, hala, a misa allí. Y que sepan los de la comisión qu’esti añu nun voi de cura sino de gaiteru...”.

Curas de aldea. Ellos, en aquella calamitosa década de los cuarenta, también sufrieron el olvido, el abandono y las necesidades que entonces tenía el medio rural asturiano, que es el origen de todo lo que somos y tenemos.

Ricardo Luis Arias

Aller

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