Joaquín Ruiz-Giménez, de la política a la ética
A finales del mes pasado murió Joaquín Ruiz-Giménez. De su paso por Asturias ha dado cuenta este periódico con opiniones no siempre amables sobre su persona de antiguos correligionarios, pues fue un hombre contradictoriamente discutido hasta el extremo de que ni en el día de las alabanzas éstas fueron unánimes. Tuve la suerte de conocerlo. En el congreso de El Escorial, en abril de 1976, mi habitación estaba contigua a la suya, y de aquella «infausta noche» del sábado comentó: «Ha sido la noche oscura. No puedo ocultar que me ha resultado muy doloroso en algunos momentos. Ha sido un congreso de cabezas frías y corazones calientes». Pero no era mi intención recordar aquellos momentos, sino la frase que Antonio Marzal le dedicó en «La Vanguardia» en enero de 1988: «Joaquín Ruiz-Giménez siempre ha hecho –el único, creo– de la política una ética», y en los tiempos que corren, con corrupciones a la derecha y a la izquierda, su programa político-personal merece la pena evocarlo. Bajo el título de «El decálogo del político», en Radio Nacional, en noviembre de 1979, emitía sus palabras:
«Diría, ante todo, que me abruma un poco el tener que formular el decálogo del político; pero con toda sencillez e inspirándome, en definitiva, en el Decálogo fundamental, no ya sólo para los cristianos, sino para todo hombre con apertura de espíritu, me atrevería a señalar estos principios:
1.º Amar y servir al pueblo por encima de todo interés personal.
2.º No invocar el nombre de la patria en vano.
3.º Dedicar un día a la semana a la contemplación de la belleza, a la poesía, porque sólo así será humana su acción política de los seis días restantes.
4.º Honrar a sus antecesores, los próceres políticos de su propia nación, aunque sean adversarios ideológicos, porque, en definitiva, la nación es de todos, no es el monopolio de nadie.
5.º Defender siempre la vida, la vida humana, contra cualquier violencia, violencia del Estado o violencia de la subversión.
6.º Poner limpieza en su vida íntima, porque también eso es servir al pueblo.
7.º Ser honrado, pero ser honrado no es sólo evitar caer en la corrupción personal, sino que es luchar a golpe de justicia contra el gran robo colectivo de las desigualdades.
8.º Defender al adversario contra la mentira y contra la calumnia, porque ésa es la única prueba auténtica de la propia verdad.
9.º No codiciar los bienes y los poderes ajenos, sino ambicionar y procurar la participación de todos los ciudadanos en la libertad y en la solidaridad.
10.º Empeñar cada día de su vida en resolver los problemas reales de su pueblo, pero mucho más, en hacer posible la esperanza».
Para cerrar estas líneas y compensar las alabanzas negadas, he aquí varios testimonios, escritos por obispos, políticos (de derechas, de izquierdas y de centro), notarios, abogados, catedráticos. Cardenal Tarancón: «Una fe sincera y profunda». Blas Piñar: «Un hombre de una honestidad indiscutible». Marcelino Camacho: «Todos los sábados me venía a ver». José Luis L. Aranguren: «Amigo. Y amigo de amigos». Adolfo Suárez: «Una humanidad desbordante, una evolución ejemplar». Padre Llanos: «Joaquín es mi ángel». Manuel Fraga: «Fue mi profesor. Somos amigos». Gregorio Peces-Barba: «Un hombre de razón y de corazón». Juan María Bandrés: «El Joaquín amigo». Pablo Castellano: «Coherente, tolerante, transigente».
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