Nominativo, Rosa; genitivo, Rosae...
El lector ya habrá intuido que quiero hablarles de UPyD y de su cofundadora y portavoz, doña Rosa Díez. Pero para hacerlo con cierta perspectiva, no debemos olvidarnos de su pasado, pues aún está relativamente reciente el recuerdo de su paso por el PSOE y la forma en que tuvo que salir del mismo, tras una guerra interna que ella trató de disfrazar de ideológica pero que tuvo mucho más de intereses personales.
Así fue como surgió UPyD, partido nacido del despecho y con el único objetivo de restarle votos a su antigua formación. Durante toda su trayectoria, ahí estuvo, peleando por su supervivencia con más o menos éxito, intentando pescar en los diferentes caladeros con su desparpajo habitual y una dosis superlativa de egolatría y demagogia, y queriendo ser siempre el detergente que lavaba más limpio.
Lo que nunca pudo imaginar es que, de la noche a la mañana, la catarsis que se está obrando en la sociedad, y sobremanera en el ámbito político, y de la que ella pensó que podría salir reforzada, terminaría por abocarlos a la situación de irrelevancia en que se encuentran.
Aún recuerdo cómo en la campaña electoral de las generales de 2011, el premio Nobel de Literatura señor Vargas Llosa le dedicaba toda suerte de piropos para concluir pidiéndonos el voto para su formación. Luego, como diría el Mariano, las cosas son como son, y ni las expectativas, ni mucho menos los deseos, se cumplieron.
No quisiera yo restarle ningún mérito a la señora Díez en su esfuerzo por aparecer como el símbolo de la pulcritud, pero tampoco hemos de dejarnos deslumbrar por la mayoría de sus actitudes, que han puesto en evidencia su demagogia y su desmedido personalismo.
A raíz de la irrupción en el mapa político nacional de Ciudadanos, muchos, en su partido, vieron la imperiosa necesidad de converger con esta nueva formación para no ser engullidos por la misma, todos menos su portavoz, que haciendo honor a sus “virtudes”, se ha negado en redondo, prefiriendo seguir siendo cabeza de ratón antes que cola de león. Y así han llegado a las elecciones andaluzas, en las que unos resultados paupérrimos les han conducido al actual estado de nulidad.
Quien fuera en su día el fichaje estrella del partido, y que hoy es uno de los “traidores” a que alude doña Rosa, escribe de ella: “Esta mujer sirvió para levantar una bandera con valentía, pero carece de grandeza personal y también de formación intelectual para empeños mayores (...). Todo lo que le sobra de autoritarismo, le falta de conocimiento”. El señor Sosa Wagner tendrá razones para conocerla y calificarla mejor que este humilde servidor, así que si tal dice, no seré yo quien le contradiga.
Y ya para terminar recordarle que los partidos políticos no pueden ufanarse de ser los “más plus” en tanto que no hayan sido sometidos a las pruebas de resistencia, que en política significa haber tocado poder sin caer en la tentación de corromperse y su partido aún está en esa fase, así que la ética solo podemos suponérsela de la misma manera que se supone el valor en el Ejército.
Lástima que esas bayetas mágicas, o magentas, que con tanto gracejo exhibieron en la campaña de las andaluzas, no hubieran sabido promocionarlas debidamente, por ejemplo, bajo el lema: “limpia, brilla y da esplendor”, porque a buen seguro se habrían hecho tan populares como las fregonas Vileda. Ahora, tristemente, si aún les quedan algunas en stock, ya sólo les servirán para enjugarse sus propias lágrimas.
Marcelino Álvarez Pascual
Oviedo
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