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La bufanda de Egea

18 de Junio del 2015 - Filippo Priore (Gijón)

El pasado domingo, con la emoción por el ascenso logrado y los nervios ya por fin liberados, el entrenador del Real Oviedo, el señor Egea, protagonizó sobre el propio césped del estadio de Carranza lo que quiero entender que no fue sino un acto involuntario por su parte, al posar sonriente en compañía de Arturo Elías, representante del grupo Carso, ataviado con una bufanda en la que se podía leer un grave insulto hacia la ciudad de Gijón. Esta instantánea fue recogida el lunes por La Nueva EspaÑA, dentro de la amplia información que este diario ofreció a sus lectores, sobre el histórico ascenso del Real Oviedo a la división de plata del fútbol español. Ascenso, por otro lado, más que merecido tras una gran temporada y por el que felicito sincera y deportivamente a los buenos aficionados azules, entre los cuales me precio de tener grandes amigos. Y es que en esta Asturias nuestra, qué seguidor sportinguista no tiene amigos oviedistas y viceversa, y siempre dentro de una sana rivalidad.

Como decía, y volviendo al motivo principal de estas líneas, quiero pensar que fue algún aficionado ultra del equipo carbayón quien le colocó encima al señor Egea la bufanda y que éste, no cayó en la cuenta de lo que en ella había escrito, si bien es cierto, que el tamaño de las letras de la ofensiva leyenda no es que fuera precisamente pequeño.

A raíz de los hechos, y después de haber pasado ya varios días, me ha llamado poderosamente la atención que, salvo el mencionado apunte en La Nueva EspaÑa (único medio que, por otra parte, se hizo eco de la noticia), a partir de ahí no se le haya dado la mínima publicidad a un asunto que, a mi juicio, merecería ser, cuando menos, esclarecido por su protagonista.

Además, en el caso de que, efectivamente, todo se hubiera debido a un desagradable descuido, sería tan sencillo zanjar el tema como unas simples excusas por parte del señor Egea. Podría, incluso, puestos a echar balones fuera, culpar al mensajero (en este caso al fotógrafo) por no haberlo avisado de su inocente lapsus. En un país, donde hasta un rey (nos lo han vuelto precisamente a recordar estos días), pidió disculpas por una fotografía inoportuna, no creo que sea pedir demasiado que un entrenador de fútbol haga lo propio. Salvo que éste, tal vez influenciado por los orígenes de sus actuales mandatarios, pudiera creerse como aquel otro rey: el de la famosa ranchera de José Alfredo Jiménez; en cuyo caso le diría, que con dinero y sin dinero, podrá hacer todo lo que quiera, salvo insultar gratuitamente y sin razón alguna a una ciudad o, al menos, a este humilde ciudadano y aficionado del Real Sporting.

Quiero añadir, por último, que quizás, más que el insulto en sí mismo, intencionado o no, por parte de una persona que como entrenador del Real Oviedo representa a una institución que merece todos mis respetos, me ha dolido el que me haya visto obligado a recurrir a esta carta personal, al sentirme indefenso ante el silencio por respuesta de aquellos que entiendo que deberían haber velado por mi honor y el de todos los gijoneses. Me refiero, por supuesto, en primer lugar, al Ayuntamiento de Gijón, con su alcaldesa a la cabeza (existe un triste precedente que todos recordamos y en el que la anterior alcaldesa sí supo reaccionar y actuar enérgicamente), dado que el insulto va referido contra toda la ciudad. Y, como es lógico, entiendo también que el Real Sporting de Gijón debería haber emitido un comunicado de protesta y condena. Y que a partir de ahí, que fuera el Comité Antiviolencia, tan concienciado en los últimos tiempos (como no puede ser de otro modo) en erradicar este tipo de conductas de los estadios, el que determinara si hay motivos o no para establecer algún tipo de sanción.

¡Viva Gijón!

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