Te fuiste en silencio
Cuando alguien que quieres se va de tu vida y sabes que su fin ha llegado, cada persona se refugia en sus creencias o necesidades. Unos piensan que estará feliz en el cielo, otros que quizás la vuelvan a ver, e incluso que se reencarnará en alguien que pudiera volver a estar a su lado otra vez. Tú y yo no pensábamos, ni creíamos nada de ello, pero te voy a contar, aunque te fuera difícil de entender, que las palabras que están aquí escritas sé que llegarán de alguna manera a ti; ni sé cómo ni de qué forma, pero las escribo con la sensación de que las oirás de boca de alguien cuando lo esté leyendo.
Te fuiste en silencio y parece imposible que tras detectar tu enfermedad optaras por no compartir tu sufrimiento con nosotros. Ni un “¡Ay!” tras la pregunta “Tío, ¿cómo te encuentras?”, siempre la sonrisa y el “Hija, estoy bien...”. Aislaste tu dolor para que nosotros no supiéramos lo que estaba sucediendo, y poco a poco lograste hacernos pensar que al final todo saldría bien.
¿Sabes? En todos estos años mi vida ha pasado momentos felices y duros, no recuerdo ni uno de esos momentos tan duros que no estuvieras a mi lado para lo que necesitara siempre.
Dejaste tanto vacío entre nosotros, tanto dolor... tu mujer e hija, tus hermanos y sobrinos, tus primos, y tus amigos sabes que jamás te olvidaremos. Con el respeto y permiso de todos ellos te tengo que contar que hay alguien en especial, una parte de la cual se fue contigo ese día; ella no entiende por qué un hijo se va antes que una madre y a estas edades es complicado darle ninguna esperanza en nada. Se me parte el alma de verla así y yo, como madre, la entiendo tan bien que pocas palabras se vienen a la cabeza para animarla. El día de tu partida tuve la suerte de abrazarte y de besarnos, jamás olvidaré ese día. Salí de la habitación y aunque sé que tú lo sabías y lo sentías también, no te dije “Te quiero, tío”, y quiero terminar esta carta diciéndote “Gracias”.
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