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Santa Bárbara, reflexiona

9 de Junio del 2015 - Manuel Fidel Fernández López (Avilés)

Como trabajador en activo de la empresa de armamento Santa Bárbara, voy a intentar hacer un breve resumen de lo ocurrido en los últimos años en las fábricas de Trubia y La Vega, en Oviedo, que nos permita hacer una reflexión con vistas a las próximas elecciones sindicales.

Para comenzar por la fábrica de la Vega: el traslado. La sinrazón de algunos representantes sindicales que prefirieron mirar para su ombligo en vez de para sus compañeros, sus votantes y representados, no quiso firmar el traslado y se negó a negociar las condiciones del mismo para los trabajadores (compensaciones económicas o en especie), y eso a pesar de que cuando se iniciaron las negociaciones ya había comenzado el traslado de maquinaría. Además, en este traslado, a los trabajadores sólo nos faltó poner el transporte para llevar a Trubia los enseres de trabajo. Eso sí, los miembros del comité quedaron exentos de estos quehaceres y de muchos más. Y no hablemos del Fondo Social, ésa es otra historia.

Eso sí, estos representantes sindicales desembarcan en Trubia como garantes de cómo hacer bien las cosas, porque ya se sabe que los de Trubia no saben.

Por su parte, los representantes de los trabajadores de Trubia tenían como única preocupación que entre los trabajadores de una y otra fábricas no hubiese ninguna diferencia salarial. Correcto. Pero tampoco se negaban a que los trabajadores de la fábrica de Oviedo recibiésemos una compensación económica por ese traslado en una sola paga. Una vez en la fábrica de Trubia, a la mayoría del comité, su máxima prioridad era realizar cuanto antes unas elecciones sindicales parciales –en las que yo, como trabajador con labores indirectas a la producción, no tenía derecho a votar– con el único objetivo de lograr una mayor representación. En fin, ellos sabrán el porqué de esa imperiosa necesidad.

Lo que nunca les preocupó fueron las condiciones constructivas en las que estaban las instalaciones de Trubia, ni si reunían o no las mínimas condiciones necesarias para el trabajo que se iba a realizar en las mismas. Esto lo hacíamos los trabajadores según el destino de cada cual, unas veces reclamando calefacción para no morirnos de frío, más luz artificial para poder ver bien el trabajo en las máquinas, taquillas donde depositar la ropa de cambiar, por no hablar de las condiciones en las que estaba y está el pavimento de los suelos de los talleres, la adecuación corriendo y a toda prisa de los departamentos, que quedaban obsoletos ya recién montados. Todo chapuzas. Y, sin embargo, ellos, sin querer saber nada de nada. Hoy, casi tres años después, seguimos igual en muchos casos.

Y a todo esto, entre los años 2010 y 2015, hemos tenido continuas pérdidas de poder adquisitivo.

Tras todo ello, ocurrió lo esperado: un reajuste salvaje de plantilla, con departamentos enteros destruidos. Los criterios seguidos para tal desmán se nos escapan a mí y a todos los trabajadores de las fábricas de armas. Sigo, y seguimos, sin comprender y sin que nadie dé una explicación razonable.

No quiero pensar mal.

Y qué voy a decir de nuestros compañeros despedidos, algunos sólo compañeros, muchos amigos de muchos años. Todos en la puta calle, pero en qué condiciones, después de muchos años y a unas edades que, tal como está el mercado de trabajo, los dejan sin ninguna perspectiva de volver a trabajar. Un dramón doloroso que pudo ser el de cualquiera de los que hemos quedado. Y lo más sangrante: cómo se llevó a cabo todo esto.

Ante todos estos acontecimientos, cuál fue la respuesta sindical: No pudimos hacer más, lo sentimos. Una respuesta extraña, y más extraña aún que continúen o pretendan continuar con el argumento de que a pesar de todo siguen siendo los mejores. Pasa el tiempo y ocurre siempre lo esperado, lo que todos nos temíamos: los contratos relevo que cumplen las fechas a la puta calle, las cosas no salen, la desidia y el desánimo es general, de los de arriba a los de abajo. Los trabajadores, cada poco, en el paro y meses sin cobrar, te llaman a trabajar un día y al día siguiente vuelves al paro... un desmán tras otro, todo sin sentido, sin una planificación lógica.

¿Y cuál ha sido la respuesta de estos gloriosos representantes sindicales para lavarse la cara, después de casi dos años? Una hora de paro los días 10 de cada mes en apoyo a los despedidos.

Ahora tenemos nosotros la palabra en las urnas.

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