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Carta abierta a mi amigo el cura Chus y a Alfredín el de Laviana

8 de Junio del 2015 - Jesús González Lobo (Oviedo)

Me había propuesto no escribir más cartas. Ahora se trata de dos amigos: el padre Chus y el padre Alfredo, los dos muy conocidos por mí por distintos motivos. Con Alfredo llevo una amistad de más de sesenta años. Siendo él sacerdote y yo seminarista, fuimos a pasar una temporada con los benedictinos, con el beneplácito del arzobispo Lauzurica y del entonces rector don Ignacio Olaizola. Don Alfredo llevaba la pastoral en el Seminario y yo era el maestro de ceremonias. Tú fuiste a predicar a mi primera misa en Nembra. Al que hoy es el padre Chus lo tuve de alumno en Covadonga y siempre mantuvimos una gran amistad. Me unía con él, sobre todo, algo muy especial: don Ezequiel, encargado en la diócesis de los cursillos de cristiandad, organizó uno para las madres de los seminaristas. Allí estuve yo, con don Ezequiel, impartiéndolo. Allí conocí y empecé a tratar a la madre de Chus, haciendo ella el cursillo de cristiandad. Desde entonces, siempre le tuve un gran respeto y consideración.

Hace poco tuve un gran fracaso y por eso me había propuesto no escribir más cartas ni meterme en más follones. El caso fue el siguiente: al llegar yo a la puerta de la casa sacerdotal me encontré con el cura de Moreda, de quien en su día fui compañero un año entero en el Instituto Galileo Galilei de Navia, él como profesor de Religión y yo como logopeda. Él estaba hundido porque don Jesús, el arzobispo, lo quería cambiar. Razones había muchas. Yo quise tranquilizarlo. Escribí una carta a su favor. Y ¿cuál fue la respuesta? El cura de Moreda se vuelve contra mí y, omitiendo la verdad, trata de justificarse intentando quedar bien con el Arzobispo. Yo entonces no sabía las razones por las que el Arzobispo lo quería cambiar. Por lo visto, hay muchas razones.

Cuando murió mi padre, yo tenía 17 años. Se celebró el funeral por él y por otro feligrés el mismo día y a la misma hora. El cura del pueblo tuvo la osadía y el atrevimiento de cobrar el funeral por los dos juntos. No sólo el funeral, sino también la comida de cinco sacerdotes. El daño que esto me hizo no puede explicarse con palabras. Se trataba de "duos per medium unius". El daño que esto me causó fue tan grande que lo que hace ahora el cura de Moreda de juntar los aniversarios y cobrar por los dos a la vez me parece una injusticia total. La gente protesta y critica al cura por pesetero, por esto y por otras muchas razones. Cuando criticamos al Arzobispo por hacer cambios, no sabemos toda la verdad y, por tanto, enjuiciamos a la ligera, sin motivo y sin conocimiento de toda la verdad.

Ante el suceso que ahora se nos presenta, tenemos a dos sacerdotes cuyas madres se conocen y son amigas. ¿Qué pasa entonces? La madre de don Alfredo siempre estuvo orgullosa de su hijo sacerdote. La madre del cura Chus está pasando por la angustia de su hijo sacerdote. En mi experiencia, siempre he tenido la dicha de ver que la madre de un sacerdote ocupa el mismo puesto que ocupó la Virgen en la vida de Cristo: unas veces de alegría y otras veces tiene que ocupar el puesto de madre dolorosa. Yo siempre envidié a los compañeros sacerdotes que han tenido la suerte de tener a su madre en su vida pastoral.

Enhorabuena, don Alfredo. Llevas 61 años de sacerdote ejemplar. Fuiste formador en el Seminario, párroco en distintos lugares de la diócesis; hiciste Derecho Canónico con el Opus en Pamplona; me sustituiste en Covadonga como canónigo doctoral y, hoy, ya jubilado, colaboras cuando puedes con algunos sacerdotes. Concretamente, estuviste ayudando a don Álvaro en la Iglesiona de Gijón esta Semana Santa. ¡Tú vas al cielo directamente sin pasar por el purgatorio! Siempre te admiré y te admiro.

Y ¿qué decir de ti, mi querido cura Chus? Ya te conocí en el Seminario de Covadonga. Tenías unos 12 años. Te di clases de Lengua Española. Me acuerdo de que te explicaba las oraciones principales y las subordinadas. Pasaron los años y fuimos por distintos caminos en la vida pastoral y en la enseñanza. Ahora te encuentras en una encrucijada. Unos te aplauden y otros no sólo te critican, sino que te condenan. Tuviste como obispos, creo, a don Vicente Enrique y Tarancón; con toda seguridad a don Gabino Díaz Merchán, a don Carlos Osoro y ahora a don Jesús Sanz. Si con ellos tuviste algún grave problema, entre vosotros lo solucionabais, ellos como padres y pastores y tú como cura de la diócesis. Desgraciadamente, esto explotó. Don Jesús, una vez más, tiene problemas con algún sacerdote. El caso del cura Chus tiene repercusión no sólo a nivel diocesano, sino también nacional. Incluso llegó hasta Roma.

Cuando ahora me encuentro con el caso del cura Chus, una y otra vez me hago esta pregunta: ¿qué pasaría si yo tuviera que encontrarme con el caso del cura Chus tal como está hoy? ¿Sería yo un pastor que prefiere usar el báculo de la justicia al evangelio del amor? ¿Tendría yo la fuerza suficiente para expulsar, arrojar del sacerdocio, de la casa del Padre a un hermano sacerdote? Pensándolo mucho, al no encontrar respuesta cristiana, me atendría al siguiente aforismo: "Si no marcha el pastor, yo dejaría el rebaño, dejaría de ser oveja".

Jesús González Lobo, sacerdote secularizado

Oviedo

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