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Un "quiste" de nueve meses

11 de Junio del 2015 - Ricardo Luis Arias (Aller)

Volviendo al tema de aquellos sufridos curas de aldea, que uno conoció allá por la década de los cuarenta, vamos a recordar hoy un caso que tiene una gracia tremenda y que demuestra el sentido del humor de un párroco al que una madre y una hija se la quisieron dar con queso; vamos, que le trataron de engañar de la manera más inocente y bobalicona. La aldea a la que hoy nos vamos a referir está situada en un lugar paradisiaco dentro de un anfiteatro de cumbres rocosas que emergen de una masa forestal profunda e impresionante, por el que el oso suele merodear. No vamos a citar el nombre de esta aldea, por razones que comprenderá el estimado lector, ni tampoco el de los protagonistas de esta historia, que cambiaremos por otros.

Después de casi una semana por aquellas cumbres y sus valles, límites con la vecina provincia de León, caímos por esta aldea con ganas de comer caliente y dormir en cama. Era un atardecer frío, crudo, con un viento casi huracanado que peinaba con ruidosa fuerza las copas de los árboles. Buena y amable acogida en el figón de Carmen, como siempre, y unas sopas de ajo picantinas que nos quitaron el frío y el cansancio. Y allí, ante el agradable fuego de la chimenea, se formó luego una tertulia de paisanos, como solía ser habitual después de las duras faenas del campo y el ganado. Y el tema único de aquella tertulia era el siguiente que vamos a tratar de relatar de la misma manera que nos fue contado, pero, como dijimos, cambiando los nombres de cuantas personas lo protagonizan. Al parecer, el caso era muy reciente y no había otra cosa que comentar en el lugar.

Y al lugar, a la aldea, habían llegado unos madereros santanderinos a talar árboles, "asesinato forestal" que les llevó dos meses. Acampados cerca, acostumbraban a caer por el pueblo al atardecer. Y uno de ellos comenzó a acompañar a una moza, a la que llamaremos Marujona, un tanto inocentona, como su madre. Como nos dijo un paisano, "faltábayos a les dos una garcilla". El cortejo de leñador y Marujona duró poco. Él dejó de ir por el pueblo, y ella empezó a engordar. Pronto se pudo apreciar que estaba en estado de buena esperanza –"mala", en este caso–, lo que vino a ser la comidilla del pueblo, y la preocupación del cura párroco, al que llamaremos don José. Éste, como pastor de aquel rebaño, quiso arreglar el "asuntu" de aquella oveja descarriada antes de que el santanderino se largara, y se encontró con que la madre de Marujona le dijo que su hija lo que tenía era un quiste, y que no se metiera en lo que no le importaba. No hubo manera de convencer a la madre ni a la hija de su disparatada actitud, que fue la coña y choteo de toda la aldea, hasta que, a los nueve meses, Marujona trajo a este mundo su quiste. Y esto es lo que ocurrió después.

Es domingo, y se celebra la misa en la aldea aquélla. Al final, don José, irónico y ceremonioso, anuncia: "El próximu domingo, después de misa, bautizaré el quiste de Marujona...".

Ese "quiste", si viviera, tendría ahora 70 años.

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