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Las bicicletas no son para el verano

11 de Junio del 2015 - José Luis Peira García (Oviedo)

Se oye, se comenta, se rumorea por los mentideros habituales que en este país de normas, leyes y, sobre todo, ocurrencias los gobernantes del Gobierno planean la norma de matricular las bicicletas y, por supuesto, obligarlas a suscribir un seguro.

La bicicleta es un vehículo, eso es una constatación técnica, y ya. La consideración administrativa es otro cantar y, para los detractores de tan humilde artefacto, que los hay, quiero dejar aquí algunas de mis reflexiones.

Anualmente, hay unos mil doscientos muertos por accidentes de tráfico que causan, mayormente, los automóviles. También quedan, más o menos, unos cinco mil inválidos o mutilados por la misma causa, hablamos, redondeando, de seis mil personas. Súmense otros tantos heridos o afectados, mobiliario urbano, daños a objetos, vía pública, ornamentos, etcétera. Un coste que deben asumir las compañías aseguradoras y las administraciones. Conviene no olvidar, tampoco, los males derivados de su impacto ambiental, que, asimismo, acarrea un coste directo o indirecto incalculable más una limitación en la calidad de vida deseable.

El impacto que en estos aspectos provocan las bicicletas es tan irrelevante que merecen ser premiadas, aunque qué se puede esperar de un Estado que penaliza el uso de las energías alternativas. Es cierto que una bici puede causar un accidente grave o arañar un automóvil, también un carrito de bebé o un paisano con camisa de cuadros y no por eso se les obliga a matricularse. Pero en estos acasos hablamos de la casuística, no de la norma. Por ello, por ese simple razonar, no se obliga a que una persona con paraguas pague una tasa, aunque pueda sacarme un ojo con las varillas.

Para finalizar, invito a enemigos de la bici y gobernantes en general que se fijen en las naciones más desarrolladas del entorno; países escandinavos, Alemania, Austria, Francia, Holanda... en todos ellos hay un denominador común, que es la urbanización y normativa a favor de la bicicleta. Algo tendrá el agua cuando la bendicen, digo yo. Desconozco cómo se han organizado por allí, pero no estaría de más saberlo y copiar. Hay más, penalizar con un dolo impositivo a este vehículo obtendrá de vuelta que muchas personas abandonen su uso. Es posible que a quien haga rutina intensiva del aparato le compense pagar una modesta cantidad, pero al usuario ocasional, como yo, le desanimará. Ya oigo las peregrinas manifestaciones de algunos, que señalarán a vías exclusivas para bicis. Nada más difícil; la escasez de estos carriles y la desesperante falta de continuidad en ellos, cuando los hay, desestiman desde ya tal argumento. Qué harán, me pregunto, con los cicloturistas extranjeros, nada mejor para perjudicar a una saludable posibilidad económica que andarse con estas gaitas.

No me cabe duda de que la bicicleta requiere regulación; por ejemplo, hay que sacarlas de las aceras, que son de uso exclusivo del peatón, y en calzada deben atenerse a las normas que regulan el tránsito. La falta de urbanidad no es patrimonio de algunos bicicleteros, todos estamos desdichadamente acostumbrados a que se suban los coches a las aceras cuando uno va a echar la quiniela o espera a los niños a la salida del cole. Circunstancia, por cierto, impensable en algunos de esos países citados. Habrá más detalles, pero penalizar el uso de la bicicleta es otro síntoma más de una sociedad atrasada y atrapada fuera de la modernidad, una sociedad que, a falta de mirada amplia, se embarulla en madejas de normas, leyes, artículos y códigos que impiden, entre otras cosas, que se alcance de una vez la mayoría de edad de la colectividad.

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