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Toros y cultura, valga la redundancia

17 de Junio del 2015 - Álvaro González López (Oviedo)

Hace unas semanas contemplé un fenómeno ridículo y bochornoso, cómo no, en las redes sociales. El matador Jiménez Fortes sufría una aparatosa cornada en el pescuezo. El espada se debatía entre la vida y la muerte en la unidad de cuidados intensivos de un hospital madrileño. Al mismo tiempo, cientos de personas (aunque no creo que merezcan este apelativo) clamaban por su muerte, festejaban el festín de muerte y sangre que el noble animal había producido en el torero. Aprovechaban el percance para cargar contra la tauromaquia, amparándose en una desgracia. Deseaban que la persona sufra la misma tortura que ella infligía al animal, que le despojen de sus dos orejas y le corten el rabo.

Pues oye, miren, que no. Están muy equivocados. Atacan a la tauromaquia valiéndose del argumento de la tortura. La ignorancia apremia en estos tiempos, y todos los antitaurinos que argumentan este pretexto para cargar contra los toros demuestran su precario cultivo del acervo intelectual. Al blandir la palabra tortura, los antitaurinos están traicionando el significado de la palabra. El Diccionario de María Moliner (yo creo que en el DRAE no se puede confiar, desde que admiten "amigovio" y otras aberraciones lingüísticas) especifica la necesidad de hacer sufrir voluntariamente a un ser humano, ya sea por placer, ya sea por obtener un beneficio como contraprestación de ese sufrimiento. En tal caso, y ateniéndonos al principal significado de la palabra, las corridas se oponen totalmente a la tortura. En ningún caso la tauromaquia busca el sufrimiento del animal, pueden generar ese efecto, pero nunca es el fin.

Estos ideales contra los toros parten de una barrera cultural, de una falta de entendimiento que acaba deviniendo, con el paso de los años, en odio y rechazo. Para el disfrute de un festejo taurino uno debe partir de un bagaje cultural o una predisposición absoluta para el aprendizaje y la observación del arte del toreo. Esta falta de interés y rechazo hacia los toros ha ido calando entre la sociedad española, cuando a principios del siglo XX se limitaba a extranjeros y a un reducido número de nacionales. Hoy en día en muchos estamentos de la sociedad consideran de mal gusto todo lo relacionado con la fiesta. Aun más en los círculos de la izquierda, tendiendo a relacionar el toreo con la derecha casposa y la España tradicional y retrógrada. Cuánto se equivocan.

A todos aquellos que no puedan entender este arte, que prueben a introducirse en él a través de la literatura, de la pintura, de la música. Entiendo que pueda ser un cambio demasiado brusco el paso de los personajes de Disney a una corrida donde dan muerte a seis morlacos. Pero inténtenlo, vayan a una corrida, vean a un torero en la plaza y denle una oportunidad, pueden quedar sorprendidos y absortos.

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