Lanzando piedras

21 de Junio del 2015 - José Luis Peira García (Oviedo)

Quien esté libre de culpa que tire la primera piedra. Ésta es una célebre indicación, un desafío diría, de los que más me gustan del pensamiento occidental. Sin embargo, y a pesar de que se le atribuye a una deidad pilar de la filosofía que nos rodea, no veo que el personal se aplique mucho el cuento cuando de derribar al contrario se trata.

Vengo observando en los últimos tiempos que cada vez es más difícil no herir. Todos se han vuelto pura carne viva susceptible del escozor. Ya hay que pensárselo antes de emitir juicio, opinión, respuesta o broma, porque se puede ofender a las religiones, a las mujeres, a los emigrantes, a los gais, a los gordos, a los musulmanes, los rojos, los verdes, los acróbatas, los morenos o los mediopensionistas. En fin, en esta era en la que todos opinan, todos, también, ejercen su derecho a sentirse ofendidos. Y en consecuencia, ante tanta vigilancia, se va adueñando del entorno una repelente dictadura de la expresión neutra, aséptica, sin alérgenos ni grasas saturadas. Los servicios jurídicos de los medios cada vez son más gruesos a la vez que los de corrección de estilo, más canijos.

El episodio del concejal madrileño al que se le han rescatado unos chistes compartidos por él hace años, que ya hay que tener mala baba para rebuscar, es uno de los últimos ejemplos. ¿Es que nadie, en este país de chiste fácil, ha contado nunca un chiste de negros, judíos, catalanes, madrileños, maridos o amas de casa? ¿En qué quedaría la antología de la gracia española si se le restara todo lo políticamente incorrecto? ¿No es ésa, precisamente, la magia del chiste, un guiño cómplice, que por su irreverencia lleva a la risa?

El reconocido psiquiatra Luis Rojas Marcos sostiene que incluso el humor negro es saludable; actúa de purgante psicológico que nos libera de obsesiones destructivas. Pues yo me acuso de haber propalado ese tipo de chistes y gracias, y no me considero un racista, ni misógino, ni antisemita. Mi intolerancia sólo es contra la mediocridad y estas demostraciones de falsedad moral que observo en crecimiento progresivo. Es cierto que uno es esclavo de sus palabras y amo de sus silencios, y que las redes sociales inducen a un exhibicionismo que a la larga da que lamentar, pues la gente tiende a creer que habla a oscuras y resulta que declama en un estadio, pero eso es otro cantar. Para mí, por el momento, lo que me parece es que este señor ha cometido el extendido error de haber hecho alarde público de sus gracias a una audiencia tan extensa que se ha perdido la complicidad. Que es lo mismo que si lo hubiera hecho de sus ventosidades. Ver ahora rasgarse las vestiduras a tanta persona intachable es lo que verdaderamente me provoca náuseas. Es que soy muy delicado, ya ven.

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