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Cuesta abajo y sin frenos

20 de Junio del 2015 - Cristina Menéndez Ibaseta (Candás)

Escribo estas líneas para denunciar la situación que vive el ferrocarril asturiano de vía estrecha desde hace un año. Como usuaria diaria de este tren, he vivido la lenta muerte de Feve, viendo cómo el personal, en las estaciones, se veía reducido a la mínima expresión, cómo los retrasos de 10, 15 y algunos días 20 minutos, pasaban a ser algo normal y se nos olvidaban los horarios porque ya sabíamos que “Feve siempre llega tarde”. He visto cómo los maquinistas no daban explicación alguna ante los grandes retrasos e incluso recriminaban a los pasajeros que les preguntaban. He tenido que aprender a coger un tren “de margen” porque no se cumplen los plazos y los trayectos de 20 minutos se convierten en trayectos de 40 minutos. He enviado una decena de cartas a Feve y sólo obtuve respuesta un día con una llamada de teléfono de una secretaria que me espetaba un “Estamos haciendo cambios, perdona nuestras molestias”. Medio año después, el único cambio que veo es la agonía de este ferrocarril, a los empleados trabajando en condiciones pésimas (como tener goteras en la cabina del tren), a taquilleras que te dicen que tu tren tiene un retraso de 15 minutos, a cómo parece que a nadie le importa dar un buen servicio al cliente.

Hoy, la gota ha colmado el vaso.

A las 09.45 estaba en la estación de Candás, dispuesta a coger el tren con destino a Gijón. El tren llegó aproximadamente a las 10.00 y, a pesar de que la taquillera estaba en la estación, no se dignó darnos una explicación –como de costumbre–. Al tren le costaba avanzar y después de hacer una parada en Xivares, continuó hasta Veriña, donde finalmente se paró. Se apagaron y encendieron las luces varias veces, estuvimos veinte minutos detenidos sin recibir explicación alguna por parte del maquinista y revisor del tren. Finalmente, nos comunican que no se puede seguir hasta Gijón por una avería (no especifican más) y que tenemos que esperar a que lleguen los taxis a buscarnos (de uno en uno). Le espeté al maquinista que esto era increíble, cada día había algún problema distinto y yo debía estar urgentemente en la Universidad Laboral. El maquinista llamó a Feve y desde allí le dijeron que no iban a aceptar pagarme el taxi hasta allí (de unos míseros 7 euros) y que si quería ir, que me buscase la vida.

Con todo el dinero que me gasto al mes en Feve, que no es poco, sigo sin entender la dejadez de los directivos con quienes usamos el transporte a diario. Me parece una desfachatez que se nos deje abandonados, ninguneados e incomunicados mientras desde arriba no se da explicación alguna.

Señores de Feve, debo comunicarles que han perdido una cliente. Si necesitan saber el motivo, escuchen a sus –todavía– usuarios y quizás puedan cambiar el rumbo de este barco a la deriva.

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