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Caza sin abatimiento: lo absurdo de una propuesta

24 de Junio del 2015 - Eduardo Bros Martínez (Oviedo)

La propuesta se convierte por sí misma en una extravagancia. Inapropiada ocurrencia de quien supuestamente desconoce profundamente el alma y sentir de una actividad que, sin entenderla, es imposible de valorar. Es la versión distinta de un decorado alejado de una realidad conceptual: la autoestima del cazador se nutre invariablemente de la esencia de la caza.

No se concibe la caza sin definición real, situación incuestionable que le concede valor y la estigmatiza. El asunto, parece, consiste en negar lo obvio, tratando de vender una utopía de interés sobrevenido contrario a su modelo de práctica. Todo un método de contraposición que hostiga a la actividad cinegética. Emplear el oportunismo de la dialéctica mediática para negar el principio de una realidad, me refiero a la caza, por supuesto, se ha constituido en estos asistentes de lo paradójico e insustancial en un credo litúrgico.

Pero estas alternativas que se promueven evidencian en el fondo un carácter opuesto al estamento de la ética venatoria; sello inequívoco de una actitud diferente que trata de reemplazar el último acto. Carentes de objetividad, los asiste el desconocimiento sobre los aspectos generales intrínsecos que representa todo el movimiento que conlleva la acción de cazar.

Es verdad que la caza ha cambiado, pero no en todo; queda mucho margen al que asirse. Aún persiste relativizar un lance concediéndole tradición a su ejecución. No es posible, carece de lógica, cualquier otra modificación que persiga desnaturalizar un sistema que tiene hondas raíces en la conservación, protección y fomento de los recursos naturales renovables como son las especies de caza. Conviene regularlas, siempre que sea preciso, en forma de sostenibilidad demográfica y de expansión; facilitarles su adaptación a un hábitat que les permita desarrollarse y cumplir sus ciclos vitales, y, para ello, la caza presta su decidida y decisiva colaboración. Si cazar consiste únicamente en visionar este tipo de fauna, tal como se pretende, como única opción válida; plasmarla en imágenes para el recuerdo de un día de campo, para posterior exhibición como trofeo de lo que se considere una buena imagen como certificado de que su autor, ese día, en el lugar adecuado, justo en el momento oportuno, estaba allí, se deleitó y quedó prendado; que no se produzcan extracciones reglamentadas en orden a los sucesivos planes técnicos y de aprovechamiento, debidamente autorizados, según densidad y circunstancias, entraríamos de lleno en un ciclo pernicioso de imprevisibles consecuencias que se supone puedan llegar a ser de una gravedad letal para la salubridad de unos animales silvestres clasificados como cinegéticos.

Indudablemente, hacer registros fotográficos a través de las posibilidades que nos permiten las poderosas y sofisticadas técnicas visuales; grabar o hacer instantáneas de la versátil morfología; el ritmo o la quietud de la fauna salvaje en estad puro, en plena libertad, durante el desarrollo cotidiano de sus actividades, cumpliendo sus hábitos alimentarios, disfrutando de su descanso, es algo que también muchos cazadores solemos hacer.

Resulta satisfactorio, a la vez necesario, que los resultados obtenidos sean instrumentos; que, una vez dados a conocer, contribuyan al servicio del conocimiento y el mejor estudio de la fauna salvaje; sirvan de ilustración válida para aquella sociedad civil interesada, o simplemente por mera curiosidad. Pero eso es otra cosa bien distinta a la caza. No se quiera confundir el procedimiento.

Eduardo Bros Martínez

Oviedo

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