La última de Filipinas
No los últimos de Filipinas, de ingrato recuerdo, ni una filipina cualquiera de esas que vienen a currar a España. No, no.
Me refiero a Isabelita, ya saben ustedes...
Resulta que lleva cuatro meses de tórrido romance con don Mario Vargas Llosa, a la sazón ilustre escritor y faldero reconocido.
Lo de tórrido es de mi cosecha.
En fin, que ya lo decía mi madre: no se puede morir uno porque poco le ha durado el luto.
Oye, y yo siempre, siempre, a favor del amour.
Hay muchas mujeres que la envidian –no es mi caso–, porque yo la encuentro una mezcla entre Michael Jackson y un Furby; tanto se ha operado que debe respirar por la boca porque se ha quedado sin nariz.
Y hay hombres que la desean. En fin, para gustos...
Pero a mí quien de verdad me preocupa y me quita el sueño es una de sus hijas; en concreto, Tamara.
Porque todavía no se ha descubierto el tipo de síndrome patológico que tiene la pobrecita. Pero que tiene alguno, eso, seguro; porque no se puede hablar como habla ella y ser de este mundo.
Yo, de don Mario, no tengo nada que decir, no tengo el gusto de conocerle nada más que por sus libros, y por ellos le admiro. Los temas de cintura para abajo se los dejo a su querida ex esposa, que debe de estar muy contenta.
Ya puestos, le encuentro atractivo, pero un poco chorón ya va teniendo una edad en la que debería mirárselo no vaya a ser que tengamos un sustu como el de algún banquero de cuyo nombre no quiero acordarme.
Pues nada, que así estamos, filipina va, peruanito viene. ¡Vive l’amour y el fandango que no falte!
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