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La vida, un valor social y económico

27 de Septiembre del 2009 - Pedro Bengoechea Garín

Fue el 7 de julio pasado cuando se publicó la tan esperada tercera encíclica, «Caritas in veritate» («La caridad en la verdad»), del Papa Benedicto XVI. Desde entonces, en los largos días de sol de verano, tuve tiempo y especial interés en leer, releer y reflexionar sobre el contenido del extenso y denso documento. Como es habitual en su autor, también en esta ocasión su discurso, de fuerte trabazón lógico-conceptual, de sólida y profunda argumentación documental y doctrinal, discurre con inusitada clarividencia intelectual, sencillez y agilidad a lo largo de varias decenas de páginas. Aborda y analiza rigurosamente la doctrina social de la Iglesia de sus predecesores en el Pontificado y ofrece en la continuidad una visión renovada de múltiples aspectos actuales, tales como el desarrollo humano en nuestro tiempo, la demografía y desarrollo, la economía de la gratuidad y comunión, la subsidiariedad en derecho internacional, una banca ética, el Gobierno de la globalización, la reforma de la ONU, el capital humano y el capital social, y un largo etcétera, que exigiría para cada bloque temático muchas páginas de comentario.

Subtítulo: La encíclica "Cartitas in veritate" es un documento que no deja apenas asunto relevante sin tocar

Destacado: Se asegura que el primer capital que hay que salvaguardar es la persona y su dignidad contra las embestidas de que diariamente son objeto

Es un documento polifacético, multidimensional e interdisciplinar, que no deja apenas asunto relevante de cualquier ámbito sin tocar. Pero, al mismo tiempo, todo se polariza y gira en torno a una o dos ideas centrales de donde se derivan las demás cuestiones. Se habla constantemente del desarrollo integral del hombre, aquel que trasciende su propio ser para desembocar en el amor eterno y verdad absoluta que es Dios. Es rotunda la afirmación de que no hay desarrollo sin Dios, frente al absolutismo de la técnica, que trata de explicar todo con la pura materia. «El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano», dice el Papa, y en relación al hombre: «No hay desarrollo pleno ni un bien común universal sin el bien espiritual y moral de las personas», porque el hombre es una hechura a imagen y semejanza de su Creador (página 76). Por tal motivo se asegura de forma contundente que el hombre está por encima de la economía, que el primer capital que hay que salvaguardar es la persona y su dignidad contra las embestidas de que diariamente son objeto. Lo cual estaría lógicamente relacionado y expresado con el tema fundamental del respeto y acogida de la vida, y vinculado al concepto de pobreza y subdesarrollo, puesto que en zonas de pobreza las causas de un alto índice de mortalidad infantil y prácticas de control demográfico derivan de ciertas políticas sociales como la contracepción, incluso el aborto, mientras que en países desarrollados cunde una mentalidad antinatalista que se trata de propagar como un progreso cultural a otros estados (página 28).

En consecuencia, la apertura a la vida no sólo está en el centro del verdadero desarrollo, sino que fomenta los intercambios solidarios entre los pueblos ricos y pobres. Así, toda vida, no sólo la vegetal y la animal con su entorno (es clara la preservación y defensa de la naturaleza y del medio ambiente en la encíclica), sino particularmente la vida humana, debe ser objeto de especial atención y cuidado por parte de todos. Esta visión positiva y esperanzadora que proyecta la encíclica sobre el desarrollo integral del hombre y sus bienes, en cuya administración debe prevalecer la rectitud moral, debe ser prioritaria para los que rigen los estados y diseñan las políticas económico-financieras y sociales.

Los postulados que recoge la carta encíclica se contraponen a la tesis malthusiana de superpoblación y control reduccionista de nacimientos, que no tuvo validez, ni histórica ni científica; igualmente discrepan del desarrollo sostenible, cuando tal desarrollo carece del fundamento ético y humano; y no digamos, censuran el individualismo y el consumismo, fenómenos contrarios al bienestar colectivo y la justicia social. La presente reflexión es una de tantas consideraciones que se pueden hacer acerca de un documento tan valioso y esclarecedor.

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