Las matrículas y la gasolina
El viernes día 12 de este mes de junio LA NUEVA ESPAÑA nos daba una noticia sorprendente: "Detenido un sierense por repostar y no pagar con matrículas falsas". Dicho en "roman paladino": el afectado pagó, pero no con moneda de curso legal, sino con "matrículas" y, además, "verdaderas". Es decir, que en adelante podrá abonarse el combustible, sin incurrir en infracción, no sólo con tarjeta o euros contantes y sonantes, sino también con "matrículas". Sólo se exige una condición "sine qua non": dichas matrículas "deben ser falsas". Si son "reglamentarias", "verdaderas" y "auténticas", el peso de la ley caerá sin remedio sobre el cliente en cuestión. El hecho supone que el Código de Derecho Penal tendrá que modificar a la baja, si no del todo, la calificación de algunos "supuestos", cuyos protagonistas solían ser inexpertos cacos de medio pelo que llenan el depósito sin intención de retratarse después en caja. En este caso, el "actor" no era un veinteañero. Ya tenía un currículo bastante dilatado en hazañas de este tipo. Su especialidad eran las gasolineras y el robo de matrículas. Al fin, con ayuda de las cámaras de vigilancia, fue detenido y puesto a buen recaudo. El lugar de autos fue la Villa del Adelantado. El modus operandi de estos especialistas ya está recogido en tratados más reconocidos: matrículas robadas, depósito lleno hasta el picalín y pies para qué os quiero.
Cualquier mensaje que queramos "cifrar" necesita un "orden" en las palabras, ya que el sentido del enunciado depende de él. No significa lo mismo "un viejo amigo" que "un amigo viejo", "un hombre pobre" que "un pobre hombre" o "un simple amigo" que "un amigo simple". El título de la información no sigue el "orden" necesario para que exprese lo que el corresponsal quiere expresar. De todas formas, puede estar seguro de que nadie pasó página sin entender el mensaje. Hubiese quedado más claro "Detenido un sierense que llenó el depósito del coche y se fue sin pagar. El vehículo llevaba matrículas falsas". La lengua tiene recursos suficientes para salir de situaciones como ésta. Si hay que encoger la frase, estirarla o darle una voltereta, se hace, pero siempre dentro de las posibilidades que establece la norma. El título original, como mucho, puede provocar una sonrisa benévola.
¿Qué sucedería si en un escaparate se anunciaran "patines para niños de plástico", "calcetines para caballeros de lana" o "cañas para pescadores de carbono"? Como dijo el poeta, "¿podríamos contener la risa?".
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