Acracia vs partitocracia
Es cierto que la partitocracia ha dejado muchas malas huellas en éste, y algunos otros países. El culto al líder; las familias hereditarias; los matrimonios de oro; el culto a la sucesión; la colocación en puestos de enjundia de los que hasta ahora habían sido sus líderes, para bien o para mal; el perpetuarse en puestos sin cuento, durante muchos años; el seguidismo absoluto de los afiliados de base, de los que nunca piensan y sólo colaboran en la permanencia del statu quo de sus “líderes naturales”... y, en definitiva, la permanencia, sobre todo, del partido.
Pero no es menos cierto que la alternativa de la acracia, carente de estos modos (afortunadamente en esto) no plantea unos mejores. El culto al líder sigue siendo un referente, aunque ahora se lo denomine seguidor del pueblo, al estilo de Rousseau y su “voluntad general”. La ausencia de unidad programática, en aras de una idealista “voluntad popular”, o consulta ciudadana, que es lo mismo, que seguramente querrá “lo mejor para todos los pueblos”, aunque el de al lado siga las directrices contrarias del vecino, en aras de la libertad (que no de la igualdad). La demagógica reivindicación de la democracia (¿reiteración?) participativa, que implica a todos en los asuntos de todos (cuando si un zapatero quiere hacer buenos zapatos, no tiene tiempo, y si lo tiene malo, para ocuparse de que si el vecino quiere un camino, o dos). Pero lo peor de todo no es esto; lo peor es que, en aras de la indignación popular (con múltiples fuentes dispersas y contrarias a veces), se postulan precipitadamente soluciones banales, respuestas sentimentales y dispensarios de buenas intenciones muy alejadas de las soluciones reales. Eso es lo peor.
Ni lo uno ni lo otro hace falta en este país, ni en ninguno. Lo que hace falta es una clase política que se tome en serio el juego de la política, y que la respete; que trabaje, que estudie sus propuestas, y que proponga soluciones a los problemas concretos basándose en los hechos reales, no en sus utopías mentales.
No necesitamos ideólogos, como no necesitamos “familias de partido”.
Lo que necesitamos en la política es gente que trabaje con humildad, honradez y prudencia.
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