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¡Cambio!, ¿qué cambio?

16 de Julio del 2015 - Juan A. García Alonso (Oviedo)

Fui una de las muchas personas que llenaron el salón del Ayuntamiento el día en que se iba a elegir el alcalde de Oviedo para este nuevo mandato.

El salón de la pantalla de televisión, claro. Para entrar al salón de plenos había que estar provisto de la consiguiente invitación personal destinada, claro está, a los verdaderamente vips; a la aristocracia (yo no soy más que un simple ovetense, nacido y con vivencia aquí, en donde me dedico a pagar mis impuestos y tasas municipales para que ese salón, y el resto de las dependencias municipales, puedan ser usadas, tan sólo, por los “relevantes”), con los que nunca es bueno que se mezcle la chusma, no vaya a ser que se produzca una democratización por contaminación.

Así, pues, fui uno de los privilegiados que se asombraron cuando subió al estrado el señor Sánchez Ramos, portavoz del Grupo municipal de Izquierda Unida, y anunció que iban a votar al alcalde que las tres fuerzas “de progreso” habían consensuado previamente: Wenceslao López.

Hasta ese mismo momento los no iniciados veníamos guiándonos por lo recogido en los diferentes medios de comunicación; o sea, que se iba a proclamar a doña Ana Taboada, portavoz de Somos Oviedo, para ocupar ese puesto político de representación, dado que era el más numeroso entre los minoritarios. Una intención que se había visto mermada por los abominables manejos del señor Fernández, secretario general de la FSA, en pro de un mejor reparto de puestos políticos en la comunidad autónoma que evitaría que la voluntad de los ovetenses quedara subordinada a la suya propia, que permitía que se continuara con la situación que se venía viviendo en el último cuarto de siglo en la capital del Principado.

Fue la declaración del señor Sánchez Ramos, como decía, la que, de repente, nos dio a conocer una de las decisiones del ejercicio de la verdadera alta política que la señora Taboada y sus compañeros de concejalías tomaron in extremis para cumplir rigurosamente lo que los ovetenses decretaron, aun perdiendo el lugar que le correspondía. Nunca será lo bastante agradecido este gesto.

Poco duró la alegría que se produjo con él. Exactamente cuatro días.

Estamos en junio, mes de cambio estacional e inicio de la temporada de festejos que se extiende a todo el período estival. El primero, el que honra a San Juan Bautista. Es la fiesta de la luz, ya que se celebra la noche más corta del año, y esa extensión de la luz natural tiene su complemento, en algunas tribus, con un añadido artificial en forma de hoguera ante, o alrededor, de la cual se practican rituales de todo tipo. Pero se da el caso de que Oviedo, con la excepción del barrio de La Corredoria, nunca se ha sumado a esta práctica tribal, como refleja con meridiana claridad (tratándose de luz, así debe ser) el artículo publicado por don Alberto Polledo en un breve pero completísimo estudio histórico que alcanza hasta la Edad Media, y en el que también se recuerda el histórico entorno de la plaza de la Catedral; en el que hay que incluir a los muchos vecinos que habitan en los diferentes edificios, historiados o no, entre los que se encuentra la casa civil más antigua de la ciudad, cuyas vidas y bienes no se duda en poner en riesgo por los promotores de semejante idea, ya descartada hace años con el mejor de los criterios conservacionistas. Hay que concluir, pues, que no existe tradición y ni siquiera costumbre que abone este hábito que ahora se nos quiere imponer como una gran revolución social.

Y aquí es donde el cubo vuelca y se derrama la leche, despertando a la realidad más cruda y nos devuelve al conocimiento de que nada ha cambiado en Oviedo. Que hoy, igual que ayer, una gran parte del gobierno municipal no la ejercen los administradores asignados por el pueblo, sino un grupo empresarial que, por algún sortilegio desconocido por nosotros, la plebe, tiene esclavizados a los políticos que nos prometen ser fieles a los mandatos que les damos; entre ellos, administrar con honestidad, rigor y eficacia nuestros bienes comunes.

Una vez más vemos cómo se pliegan a los dictados de esa dictadura empresarial que los hosteleros (una parte de ellos al menos) ejerce sobre la clase política, tenga ésta el signo que tenga. No hay diferencia. Todos se rinden a este embrujo que permite que miles de ovetenses, esos insignificantes corpúsculos que les han dado su voto ingenuamente, sean torturados sistemáticamente durante todos los días del año con el incremento correspondiente a estos días especiales, de fiesta, de alegría, de jolgorio indiscriminado... excepto para quien ha de descansar para disponer de la salud indispensable para llevar a cabo sus tareas, trabajo, estudios, etcétera.

Resultado de esta tortura es la pérdida de esa salud y, en algunos casos, más desgraciados, la de la vida.

Pero eso ¡qué importa! Si algunos desaprensivos obtienen mayores ingresos económicos.

El calificativo no es mío; procede, entre otros casos, de la presidenta del Tribunal Superior de Justicia de Granada que, en fallo de sentencia firme emitido el pasado mes de octubre, condena a cuatro años de cárcel y a indemnizar con 250.000 euros a los vecinos afectados al propietario del bar que los torturó durante más de dos años.

Dejo aquí esta opinión ajena a la consideración de los señores Wenceslao López y Roberto Sánchez Ramos (la señora Taboada y su grupo, por lo que ha trascendido, única referencia que manejo, no se han sumado a la perpetración de esta tropelía) que incluso cuenta con el rechazo de la Iglesia católica, a cuyo cuidado está el primer templo de Asturias, la Catedral, así como lo que queda del primer templo existente en Oviedo, San Tirso, y al que, aun contando con mi agnosticismo, me debo sumar y, como vecino, agradecer como se agradece todo aquello que se apoya en la razón y en la sensatez en la que ésta se basa.

Y lo hago para, recordando las palabras de un casi ultraderechista confeso, Jaime Campmany (aun a sabiendas de mi lejanía sideral de su postura política) en su segundo libro de “Romances”, en el que recoge lo siguiente:

“La nueva receta,/ el moderno ungüento,/ para que tengamos/ del Pueblo gobierno/ con el mismo Pueblo,/ no son las palabras/ ni los cabildeos./ Y todos los pícaros/ lloran al saberlo./ Lloran Lazarillo/ y el cabrón del Ciego,/ y el Buscón Don Pablos/ que parió Quevedo”.

Juan A. García Alonso

Oviedo

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