La educación de los niños inquietos
Nuevo curso, vuelven los niños denominados «inquietos», con conductas disruptivas en el aula. Y que son una gran mayoría, respecto a los niños diagnosticados con «síndrome de hiperactividad» que sólo afecta a un bajo porcentaje. Mientras el niño «inquieto» alcanza un alto número de estudiantes por aula. Por lo que el educador deberá asegurarle al inquieto normas educativas para su concentración, que tiende a disiparse debido a su emotividad y desbordante imaginación e inquietud. Indicaremos algunas:
Subtítulo: Hay que hacerle comprender que existe una gran contradicción entre lo aque hace y lo que piensa
Destacado: Nada se conseguirá con la humillación, en la que se adivinará hostilidad y no benevolencia, y se evitará la ironía
Extinción: el niño inquieto se ve alentado cuando se discuten sus cóleras y sus arrebatos. Se la transmite que su fuerza impresiona. Hay que «hacerle el vacío», para provocar la extinción de su conducta desadaptada. Cuando se le pase el arrebato emotivo, habrá que hacerle comprender –su amor propio hará que preste atención– lo ridículo de su comportamiento en el aula. Será el momento de elogiar la conducta de un compañero de su misma edad. Puede que conteste que «el compañero es un cobarde y un ‘‘pelotillas’’ que le tiene envidia». Pero la reflexión, estamos seguros, se abrirá paso.
Restarle interés: en las manifestaciones del niño inquieto, se le mezcla con la demostración el placer histriónico. Las escenas señalan que se trata de un extravertido que busca signos de interés. Hay que conseguir que no crea que sus ademanes son las reacciones de una naturaleza privilegiada. Habrá que hacerle comprender que existe una gran contradicción entre lo que hace y lo que piensa. Nada se conseguirá con la humillación, en la que se adivinará hostilidad y no benevolencia. Se evitaría la ironía. No demos razones a su susceptibilidad. El inquieto no está jamás seguro de sí. Y es fácil de convencer. Tratándole indulgentemente, simplificando sus fechorías en las molestias que causó, sobre todo, a sus compañeros.
Arraigar hábitos: mediante la educación. A los 3 años, el niño inquieto ya manifiesta las tendencias desagradables. La disciplina escolar, la obligación de seguir un ritmo y de someterse a sus exigencias, la búsqueda de resultados lejanos, todo ello vendrá a contrariar sus inclinaciones. Desde los 2 a los 6 años, el niño presenta la mayor plasticidad. Sus tendencias aparecen ya, pero el hábito todavía no ha arraigado. Es la edad de la aceptación. En esta edad es fácil atenuar la agitación fisiológica o desviarla hacia actos positivos. Conseguir fijar la atención del niño a intereses exteriores constituye el gran aprendizaje. Cuando durante dos años hayan guiado al niño en ejercicios como éste, se habrán instalado en su comportamiento hábitos de sensibilidad y de ordenada actividad adquiridos definitivamente. A ello hay que añadir que el egocentrismo infantil construye el mundo a su antojo. El psicólogo francés Piaget ha demostrado que el egocentrismo no se abandona más que bajo la presión de la cooperación: las relaciones que orientan la mente del niño hacia las formas del pensamiento socializado y conceptual. La vida en común, el roce con otros constituyen disciplinas preciosas para todo niño, pero a los inquietos les creará el sentimiento de empatía que les adaptará al mundo social y escolar.
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