A un árbol
El otro día en el bosque me abracé a un árbol anciano y noté, me parecía... mientras le estaba estrechando... que su corazón latía.
Fatigad, y muy cansada con el calor de aquel día, yo corrí y, bajo su sombra, me prestó gran acogida. Me apoyé luego en su tronco, sus hojas trajeron brisa... un sueño beneficioso oscureció mis pupilas.
Querido castaño: ¡gracias! Por dejarte despojar... y cuando estás abatido, ya talado sin piedad, sin quejarte y obediente, tú te dejas arrastrar.
Te hacen trizas y tu sangre, blanca, se empieza a mostrar, entre monstruosos golpes de maquinaria infernal.
Hacen masa de tu carne y, sin quejarte otra vez, nos devuelves bien por mal... ¡Nos regalas mansamente el necesario papel!
Por donde quiera que miro a ti te veo, madera, que sostienes nuestros sueños; y si es que estamos cansados tras una jornada tensa, hecho sillón amoroso nos ofreces dulce siesta.
Comemos en tu regazo... nos mantienes con tus frutos... y en tus entrañas guardamos con añoranza y cariño... nuestros recuerdos más gratos. Tú proteges nuestro hogar, nos das calor, nos das vida... tu puerta nos asegura como muro protector una existencia tranquila.
Tú nos meciste de niños ¡y hasta te hiciste juguete!... esos juegos olvidados... soldados y caballitos... ¡patinetes alados!
Hasta el suelo que pisamos te lo debemos a ti, y el pescador con sus remos, nunca sabrá, como todos, lo mucho que te debemos, de nuestra vida feliz.
Y tú nos acogerás en el último suspiro... y en ti nuestro cuerpo inerte encontrará un nuevo hogar, ¡encontrará su cobijo!
Tú nos servirás de lecho, recibiéndonos con mimo. No te cansas de ayudarnos y en nuestro egoísmo claro nos olvidamos de ti... y tampoco te cuidamos...
Me despedí con un beso. Tu superficie rugosa dice que lo recibió, y con el amor de padre el beso me devolvió.
¡No!... no me iré sin pedirte humildemente perdón por esos fuegos salvajes, a veces intencionados, que provocan sin razón personas que no comprenden lo que vales y nos quieres...
¡Personas sin corazón!
Carmina Tapia
Oviedo
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