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La caridad nos hará libres

3 de Julio del 2015 - José Fuentes y García-Borja (Oviedo)

Con frecuencia se plantea una objeción contra la caridad de la Iglesia: “Los pobres, se dice, no necesitan obras de caridad, sino justicia” y “haría falta crear un orden justo, en el que todos participen de los bienes del mundo y no se necesitasen ya las obras de caridad”. ¡Ojalá fuera así!, pero la realidad vivida hasta hoy 2015 y desde tiempos del Señor nos enseña que entre la preparación de ese deseado orden justo, discusiones y bambalinas los hambrientos se tambalean con su estómago vacío, los enfermos se mueren y nosotros con las manos vacías y los brazos cruzados... esperando. Sí, es cierto que la Iglesia no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia; debe insertarse en ella y debe despertar en los fieles fuerzas y energías para que la justicia surja, pueda afirmarse y prosperar. Pero no podemos olvidar que el “amor a los pobres” siempre será necesario, incluso en una sociedad más justa, porque siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo, soledad que desea compañía y muchas situaciones de niños, madres solteras, presos, emigrantes en las que sea indispensable un amor concreto y una caridad vivida; ésta debe animar nuestra vida y actos en la sociedad. Y es Jesús mismo el que en su “parábola del buen samaritano” nos dice que caridad cristiana es la respuesta más rápida a una necesidad inmediata y en cualquier angustiosa situación. El programa de Jesús, “buen samaritano”, y por tanto el nuestro es “un corazón que ve” dónde se necesita ayuda y actúa: sus obras buenas se hacen como cristiano, sin esperar nada. El amor en su pureza y alegría es el mejor testimonio de que creemos en Dios. El cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuándo es oportuno callar sobre Él, dejando que hable sólo el amor haciendo el bien, y sabe que Dios se hace presente justamente cuando se ama y se sigue amando incluso en los momentos de verse abandonado de todos. El amor de Cristo hasta la muerte, su Cuerpo entregado y su Sangre derramada nos lleva a vivir, no ya para nosotros mismos, sino para Él y, con Él, para el prójimo caído. San Pablo en su “Himno a la Caridad” (I Cor,13) nos enseña que “podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aún dejarme quemar vivo, si no tengo amor de nada me sirve”. Este himno es ley y vida de la caridad cristiana.

La crisis económica aparece entre las familias más jóvenes porque no tienen trabajo ni las pensiones y otros ingresos que nosotros tenemos. Ellos no pueden atender a sus necesidades más urgentes: comer, pagar el alquiler de casa, el agua, la luz... Nosotros, sí, en eso y muchas cosas más: diversiones, fiestas, vacaciones con gastos añadidos; regalos, trajes nuevos en cada boda, bautizo, primera comunión... Si lo pensamos un poco, si queremos abrir los ojos, podemos atender nuestras necesidades y ayudarles a ellos que viven cerca de nosotros; alguno con su puerta junto a la nuestra. Ante esos problemas sólo tenemos que unir nuestras manos y corazones con generosidad y nacerán ayudas y obras buenas. Los poderosos no lo van a hacer porque no les da la gana; sólo quedamos nosotros para seguir a su lado. Muchas entidades como Cáritas están esperando que aportes lo mejor de ti. Organicemos nuestro tiempo y hagámonos voluntario/a porque gracias al compromiso gratuito de 70.000 voluntarios las acciones de Cáritas están muy altas porque son signo de esperanza a la vista de los pobres. Y esto más cerca de todos: la Iglesia nos recuerda que el primer domingo de cada mes hace la colecta al ofertorio de cada misa haciendo la voluntad de Jesús. Y nunca será la última “porque los pobres siempre estarán a nuestro lado”. ¡Sólo así, la caridad nos hará libres!

José Fuentes y García-Borja, canónigo de la Catedral

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