Si alguien insulta a mi madre
Si alguien insulta a mi madre le rompo la cabeza. Es lo que escuché hace unos días en un bar a una pareja de amigos que se estaban contando algo que había ocurrido. Y es lo primero que pensé cuando tuve la desafortunada ocasión de presenciar parte de la última versión de Pepita Jiménez representada el jueves 2 de junio en el teatro Campoamor. Me acordé de la frasecita de marras porque, efectivamente, cuando alguien insulta a una madre (o padre) sólo hay dos posibilidades: o romperle la cara al que lo hace y acarrear con las consecuencias, o irse, dejando la violencia a un lado, y confiar en que el agresor se quede afónico mientras nadie le escucha. Los que nos fuimos escalonadamente durante la primera mitad de la representación supongo que pensamos en esto último o algo parecido. No presencié el resto, pero por lo que me han contado la cosa fue a peor. Además de atentar contra lo más sagrado de la fe católica, la estética era grotesca y de mal gusto, por lo que el director de escena ni siquiera se molestó en adornar los ataques de forma elegante y con estilo que siempre son más fáciles de colar, y fue directamente a lo burdo, con la zafiedad de quien come carne podrida con los dedos. ¡Qué asco!, estarán pensando los lectores, pues eso no es nada comparable a lo que ahí se podía ver.
Los responsables políticos han de saber respetar a todos. Y en Oviedo los ciudadanos católicos han sido fuerte y violentamente agredidos por el encargado de la contratación de esta temporada de Zarzuela. Es de suponer que quien fuera ha quedado ya cesado por las circunstancias (y si aún colea debería dimitir). Está muy bien nuestra preocupación por la corrupción en los últimos tiempos, pero ésta no es sólo meter la mano en la bolsa ajena, sino también emponzoñar los corazones y violentar los principios. Denunciemos y dejemos solos a quienes so capa de novedad cultural insultan a nuestra madre y degradan nuestras creencias.
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