Premio al fracaso
Las elecciones democráticas pueden llevar a situaciones como el caso de Oviedo y varios en la geografía nacional. ¿Cómo es posible que un candidato que ha cosechado los peores resultados en la vida de su partido, en la localidad, sea investido alcalde? ¿Qué porcentaje de votantes lo ha elegido? ¿Con qué rostro se va a dirigir a esa mayoría de la ciudad que no le prestó su apoyo en las urnas? ¿Para qué han servido los votos de las personas que han dado ganador a un partido y que ha obtenido más del doble de concejales que el nombrado para representarlos? ¿Qué programa va a llevar a cabo en la legislatura? Seguramente será una especie de muñeco en poder de sus socios de gobierno, que siempre irán en busca de sus intereses. Todas estas intenciones deben explicarse antes de que los ciudadanos vayan a depositar el voto, pues, seguramente, el comportamiento hubiese sido otro y no se sentirían engañados.
Vistas estas circunstancias queda preguntarse si estas ansias de poder servirán para llevar a Oviedo a los años ochenta, cuando las ratas paseaban a sus anchas por los distintos barrios, algunos convertidos en escombreras. Con el esfuerzo de todos se ha conseguido una ciudad ejemplar, modelo a imitar fuera de nuestras fronteras.
El reciente alcalde ha estado merodeando por las citas electorales desde hace mucho tiempo, nunca ha alcanzado su objetivo y cuando lo logra es con los peores resultados. La ciudad ya le ha dicho y le sigue diciendo que no lo quiere, pero hace oídos sordos y continúa con su obsesión. Seguramente pasará por su cabeza el dicho: aunque no me quieran van a tener que tragarme.
Años atrás, cuando los resultados de un grupo político estaban muy por debajo de lo esperado –tal es el caso del PSOE en Oviedo– se producían dimisiones en cadena, todo lo contrario de esta ocasión, en que se le premia con regir el Ayuntamiento.
En los pactos alcanzados entre perdedores, como en esta ocasión, siempre hay una forma más beneficiada, es la “llave”, suele ser la que cuenta con menos ediles; en este caso, el premio de la alcaldía –ya veremos por cuánto tiempo– es a cambio de convertirse en fieles servidores de la doctrina de Pablo Iglesias. ¡Qué pena!
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