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No se le puede echar de casa

8 de Julio del 2015 - Diego Salvador De La Hoz (Oviedo)

Familia estándar: padre, madre y dos hijos o, ya que somos tan bandera multicolor, padre, padre y dos hijos. Transcurren veinte años desde el matrimonio o la unión, una familia feliz, y el menor de los vástagos comienza a dar problemas, con sus diecisiete primaveras. Resulta que en el instituto va de mal en peor, es un borrachuzo de narices, las lía muy pardas y anda a uvas. Pecado es comparar los hijos: padres que hacen eso debieran ser crucificados. Sin más. El primogénito, mientras tanto, ha tenido una adolescencia responsable y exitosa, aprobando la PAU y esas cosas importantes de la vida.

¿Qué hace una familia decente con el hijo menor? No se le puede echar de casa, quedaría condenado a una juventud miserable. Tampoco se le puede encadenar. El chaval tiene un problema, y aquí somos equitativos, así que habrá que darle más al que menos tiene. E invertir en el chaval, haciéndole razonar. Mi opción favorita sería establecer cierto control, sin holgura en sus decisiones, que bastante holgado ha ido ya, y buenas influencias. De forma que se pueda seguir desarrollando en libertad, pero con restricciones económicas. Las justas para que no se meta en más problemas, tal que vender droga o su cuerpo, pero, claro, esto ya viene de antes. Educación.

La situación en Grecia es similar, pero expulsar de Europa al país heleno no es solución. Para nadie. Bajo ningún concepto. Y un aumento en el interés de su deuda es una aberración. Coño. En caso de que fuera un proveedor, con liquidez en color rojo infierno, salta la alarma, sí, pero pedirle más descuentos supone su estrangulamiento. Habrá que ayudarle, buscar una solución conjunta, mostrar apoyo, asegurarse de que cumple los objetivos, pero con el fin de construir una relación duradera de confianza.

Para cerrar el tema, aquí se paga poco más del uno por ciento en concepto de impuesto para la recuperación de la otrora Alemania comunista, al que se le suma un nueve por ciento a la Iglesia, siendo un país aconfesional, que tiene narices la cosa. Y nadie se queja. Yo puedo decir que no he quemado ni un solo judío, ni me hice con el Berlín Oriental, ni peleé en el bando comunista, y fui a la iglesia para hacer la comunión y poco más. Pago las consecuencias de aquellos actos miserables con un verdadero pastón. Sin embargo, para levantar Grecia económicamente y arroparla en los brazos europeos ¿no hay dinero? A costa, naturalmente, de perder su soberanía fiscal, bien dispuesto estaría yo a crear otro impuesto para ayudar a Grecia.

Hemos recibido todo, absolutamente todo, gratis. Somos generosos para regalos, invitaciones y pijadas. Pero para salvar a uno de nuestros compañeros, cuna de nuestra civilización, cultura mediterránea común, para eso no hay pasta, ¿no? ¡Mal rayo les parta!

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