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"Blues" para una angustia sin Dios

13 de Julio del 2015 - Ángel García Prieto (Oviedo)

Hay un cuadro clínico psiquiátrico, relativamente frecuente, que se denomina "baby blues" o "blues posparto", y se caracteriza por síntomas de ansiedad y depresión de moderada intensidad que comienzan a manifestarse en los días que suceden al parto. Las causas, no del todo claras, pueden tener origen hormonal, por los cambios notables que pasa el organismo materno en esas circunstancias; pero también puede haber motivos más propiamente humanos, ligados a la conciencia de sí misma, que en ese momento de la vida enfrenta a la mujer ante el decisivo hecho de tener un hijo.

La psicoanalista Melanie Klein decía que en momentos de incertidumbre, de desasosiegos ante exigencias de la vida, se vive "la nostalgia primaria del regreso" o "búsqueda del útero materno", en un deseo de refugio en aquellas aguas plácidas y cálidas que guardaron los primeros meses de la existencia. La madre que sufre el "blues posparto" cantaría con su afectividad un síndrome ansioso-depresivo, como los esclavos negros gritaban, desde la lejanía de su cautiverio, esas canciones para transportarse a sus raíces, para regresar a la tierra de la que fueron violentamente arrancados. De ahí la denominación de "blues" para esta depresión de la madre.

Ahora, en este mundo occidental rico, exigente y repleto de incertidumbres, en esta sociedad cada vez más perfecta, llena de recursos, pero vacía de otras seguridades que ninguna institución ni nadie puede ofrecer, con frecuencia unos y otros ciudadanos cantan esos psíquicos "blues", porque las angustias acechan en cada esquina de la existencia. La natalidad ha bajado de una manera preocupante, y es lógico, dadas las condiciones que hemos dado a la vida actual con el trabajo de la mujer, la carestía de las necesidades, la pequeñez de la vivienda, etcétera. Pero también hay una especie de "blues posparto" social, porque traer niños al mundo está lleno de preocupaciones y desasosiegos sobre su futuro: ¿nacerá sano?, ¿pasará entre los peligros de la droga y los accidentes de tráfico?, ¿conseguirá superar a otros para conseguir un trabajo?, ¿podrá ser feliz?... Son tantos los interrogantes incontestables, que llevan a la inhibición y a pensar: no vale la pena tener hijos, es demasiado complicado todo.

Y es que, desde hace ya años, con la "teología de la muerte de Dios", la sociedad posmoderna se siente más indefensa, frágil e insegura ante las grandes incertidumbres que acucian al hombre en los momentos trascendentes de su vida. No es fácil entender que "al amparo del Salvador, cada hijo se presenta como un mensaje de esperanzas", con palabras de un autor católico, Javier Echevarría, en un libro titulado "Itinerarios de vida cristiana". Sin fe en un Dios que no sólo no ha muerto sino que además es Padre, es más difícil enfrentarse a la dureza de la vida. Y por eso cada día se cantan más "blues", canciones que hasta se pueden considerar bellas, pero que son tristes y ansiosas, muy tristes.

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