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El teatro ha muerto

18 de Diciembre del 2008 - Justo Braga (Oviedo)

En la antigua Grecia los actores llevaban como vestimenta: una peluca y una máscara, una túnica negra para personajes tristes; colores vivos para personajes importantes, y colores corrientes para personajes del pueblo En la tragedia los actores calzaban zuecos altos que simbolizaban la superioridad de los personajes que aparecían en el escenario.

Las máscaras eran distintas en cada una de las manifestaciones dramáticas. En la comedia, a veces, un mismo actor disponía de dos máscaras distintas con las que exteriorizaba sus cambiantes estados de ánimo.

Los actores griegos no hacían el servicio militar y, en tiempo de guerra, disponían de un salvoconducto para cruzar las líneas enemigas. Eran premiados con aplausos y especies. Más tarde con dinero.

El prestigio social del actor griego se mantenían fuera de la escena. En su ámbito social era respetado y admirado. Eran semidioses.

El público que acudía al teatro disfrutaba con el espectáculo, sobre todo con los efectos especiales , pero sobre todo con la declamación de los actores y con los cánticos del coro.

El público llenaba los teatros. Hablaban, reían, participan del espectáculo, comían frutos secos

Las primeras filas, con respaldo de mármol era para las clases nobles. El público traía de sus casas cojines para evitar la aspereza de sus asientos. Apoyaban las espaldas en las piernas de la fila de atrás y así sucesivamente.

Hoy El publico sigue comiendo en teatros y cines frutos secos: palomitas; !gran negocio!, que genera mas dinero que cualquier superproducción española.

Pero hoy los actores ya no son semidioses. Son demonios, escoria que se queja, que quebranta nuestro placentero estado de ánimo, manifestándose en contra de casi todo.

Los actores no tienen salvoconducto para pasar las lineas enemigas. Hoy el enemigo les dispara cuando pasan sin contemplaciones. A veces también les ametralla el amigo desde el otro lado de la trinchera. Ya no se les aplaude. Se les abuchea siempre, se les veja con salarios miserables. Se les premia sólo cuando les queda una cuarto de hora para morirse.

Se les alimenta de virtudes demostrando que se hace lo posible para evitar su furia, su ira, compensando así la incongruencia de hacerles repetir el mismo papel toda su vida: el de perdedor.

Han perdido los actores de hoy lo que los griegos habían conquistado: ese gesto altivo, elevados en su alzas, ocultos tras las máscaras cómicas o trágicas, mostrando sus distintos estados de ánimo.

Tienen hoy los actores un sólo estado; aquel que construye su propio relato sin prólogo ni explicaciones. Sin nudo, si desenlace . Y !ay del que piense lo contrario!.

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