La polémica del ateísmo en Fichte
A finales del siglo XVIII no se debe obviar una figura filosófica de primer orden como es Fichte. Ya que es cierto que fue el creador de la filosofía idealista alemana desarrollada también por Schelling y Hegel. El mismo Fichte tuvo problemas con la censura de su tiempo, por causa de un predominio de interpretaciones muy limitadas de la religión y, por el teísmo, dominante en muchos círculos eclesiásticos y académicos alemanes en el siglo XVIII y principios del XIX.
Evidentemente, desde el planteamiento filosófico fichteano se rechaza la existencia de un Dios personal. Esto supone la negación de cualquier clase de teísmo. Fichte sigue la línea kantiana del bien moral y afirma el orden moral como la esencia de lo divino. En este sentido, no se aparta mucho de lo explicado por Kant en La religión dentro de los límites de la mera razón. En el fondo, es una caracterización de lo divino desde la racionalidad moral. En el segundo Fichte, después de su obra Sistema del idealismo transcendental, surge la idea de un ser divino absoluto pero que no es una persona en el sentido teísta. «Según este segundo Fichte hay un Ser absoluto (Dios) en sí y por sí, que no sufre cambio ni encierra multiplicidad, cuya afirmación le aseguraría a Fichte un realismo tal que le salvaría de esa inculpación de nihilista y ateo». Y el realismo que, aparentemente, parece que no es derivable de lo afirmado por Fichte, sí lo es, si se entiende en un sentido muy específico. Al comprender lo originario como lo divino, se hace posible entender que el mundo o la realidad son identificables con lo divino. Por tanto, Fichte admite que su filosofía pueda ser considerada un panteísmo. En consecuencia, este filósofo señala la inmanencia de Dios en el mundo sensible. Lo real es algo por sí mismo divino. En suma, es la deificación de las cosas de la realidad, y de la misma naturaleza y del hombre, algo similar a lo propuesto por la filosofía realista de Zubiri. En relación con este planteamiento de Fichte escribe Rivera de Rosales respecto lo divino: «Su personificación es un resto de supersticiones, en cuyo proceso lanzamos fuera de nosotros mediante un concepto lo que de suyo reside en la intuición intelectual. Lo divino no es algo transcendente, sino transcendental; lo divino se identifica con lo originario sin más, que hace posible tanto al individuo como a la comunidad».
Para la época en que vivió y pensó Fichte está claro, que cualquier sistema de ideas acerca de la religión, que no contemplase un Dios personal era sinónimo de ateísmo. No se quería aceptar que era posible, al menos, especulativamente, pensar en un orden moral divino sin más. Decir que Dios, en último análisis somos nosotros mismos, algo afirmado, rotundamente, por Fichte era dar un golpe de gracia al dogma cristiano tradicional. Parecía que las bases doctrinales del cristianismo quedaban sin apoyo teológico de ninguna clase.
Si bien, la reacción fue claramente, desproporcionada contra Fichte. El se defendió con varios escritos, pero sin éxito, ante la intransigencia del dogmatismo imperante. No hay que olvidar que la presencia de la Iglesia, y su influencia en el poder político y administrativo era muy considerable. La enseñanza universitaria de esta época en Alemania estaba en manos de instituciones religiosas, o muy dependientes del poder real. Y esto imponía un grado de censura bastante elevado a lo que se podía afirmar públicamente, tanto a los estudiantes como al público lector en general. El mismo Kant sufrió la llamada al orden por sus escritos religiosos por parte del monarca prusiano.
Las consecuencias de la disputa del ateísmo para Fichte fueron negativas, ya que fue expulsado de Jena y trasladado a Berlín en 1800. En realidad, esta polémica se produce como resultado también de las abundantes reflexiones sobre Dios de Fichte, especialmente, desde 1792 a 1798. Ya que en estos años la formulación y reelaboración constante de sus escritos, y la originalidad de las concepciones filosóficas fichteanas, es la manifestación palpable de su interés por alcanzar también una mayor claridad especulativa y argumentativa.
Posteriormente, Fichte en su Doctrina de la Religión que es una serie de lecciones impartidas en Berlín con éxito de público que fueron publicadas en 1807 sin censura, y en ellas elabora de un modo más libre sus reflexiones, sin verse obstaculizado por actitudes intolerantes e intransigentes. En su Exhortación escribe Fichte: «Esta exhortación se puede comprender en una única advertencia: no le está concedido al hombre procurarse a sí mismo la eternidad, de lo cual él jamás sería capaz. La eternidad está en él, y le rodea sin interrupción». Es la clara afirmación de lo divinización de lo humano en toda sus dimensiones. No es necesario que los hombres se esfuercen en ser eternos, ya que, en cierto modo, lo son en todo momento, a menos como lo que ha existido para siempre, y de una vez por todas. Frente a la pluralidad y la dispersión de la realidad Fichte busca la unidad.
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