Con dos pares
El artículo que nos ofrece María Dueñas en el suplemento dominical de LA NUEVA ESPAÑA -Con un par- se dedica esta semana a abominar de "Jurassic World", la peli que dice acabar de ver (y de sufrir) acompañando a su hijo.
Que una escritora de su talla utilice el calibre artillero que le es propio sobre un intrascendente peliculón, tan pletórico de sorpresas para ganarse a los críos como de consabidos para mantener el cariño de los incondicionales y de guiños para inducir la sonrisa de adultos sin demasiados prejuicios, parece como un poco dramático. Pizca sobredimensionado, vamos.
A estas alturas de la peli, ponerse exquisito/a con los excesos de las precuelas, secuelas y colaterales de "Jurassic Park" es como andar rasgándose las vestiduras porque tres cerditos a calzón quitado hablen, canten e imposten saberes arquitectónicos contradiós añadido a su gocha inmoralidad, o viceversa. O es como indignarse porque un atormentado cachas, capa al viento e impasible el ademán, ande peleando con gatas y chicos malos por los tejados de una ciudad más tristona y oscura que el Oviedo de los sesenta. Si se quiere buen cine trascendente y con mensaje, lo hay. Y si por el mismo precio que aquí incluye decibelios y gafas 3D se busca un extra de susurros, cultureta y memoria histórica, se puede elegir sin salir de la cantera nacional.
Sin duda la escritora venía ya alergizada de casa, y pasó los ciento y pico minutos lamentando la cantidad de tiempo que estaba robando a labores más creativas y trascendentes. Y así no se puede ir al cine de barrio, no señora.
Lo curioso es que, con tanto donde catar, la escena que más deplora nuestra respetada escritora es aquella en la que la chica se transmuta de gélida, planar y odiosa ejecutiva en una ardorosa fiera, con un par y medio de pares de atributos, por el simple gesto mágico de emular el anudado de blusa de la Dra. Sattler, momento desde el que, haciendo oídos sordos a la sorna jurásica del chico, inicia un vertiginoso, accidentado y exitoso maratón de heroicidades, desde la cima de unos tacones kilométricos en altura y prestaciones.
Si doña María Dueñas quiere bajar del pedestal y reconciliarse con el cine de aventuras y con su hijo, no tiene más que pensar que, antes que ella, algunos ya clamaron al cielo porque las cartas de la baraja amedrentasen a una niña, porque los correcaminos fuesen inmortales o porque los Simpson osaran sugerir una atrevida solución a la ecuación de Fermat. Pero es que si, además, se dan ustedes un paseo, ya mismo, por la red, verán que precisamente esa parodia/despropósito, provocador para los más respetuosos con la Física -el galope con stilettos postjurásicos-, no es una chapuza, como lo fuera el avión sobre el cielo de "Troya", el reloj de pulsera de "Ben Hur", la placa de Coca-Cola en "El Tulipán Negro" o la bandera en el tren blindado en el "Dr. Zhivago" (esta última me la apunto), sino una de las cuchufletas visuales más celebradas entre los astutos y experimentados cazadores de gags y guiños.
No creo que las versiones cinematográficas de las novelas de la profesora Dueñas se resintiesen, antes al contrario, con media pincelada de distensión frívola y cómplice entre grandes historias de costuras, olvidos y templanzas.
Y sin necesidad de descender a susurrar a los velocirraptores o a bailar con indomisaurus.
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