¿Confluencia?

15 de Julio del 2015 - Luciano Hevia Noriega (Arriondas)

Sé que llego tarde a este debate, pero llego tarde a voluntad. Llego tarde porque lo he estado evitando como si de la peste bubónica se tratara y lo he estado evitando porque no tengo muy claro que sepa explicarme ni siquiera ahora que sé que ya se ha hecho tarde. Esta especie de trabalenguas que me ha salido debe de ser justicia poética por lo intrincado del asunto.

Hablo, evidentemente, de la confluencia (palabra de moda) entre fuerzas de izquierdas para configurar una candidatura de unidad popular que pueda concurrir con expectativas favorables a las elecciones generales de finales de año.

Las corrientes mayoritarias en boga son, básicamente, dos: por parte podemita, con Pablo Iglesias erigido en una especie de Increíble Hulk en defensa de la concurrencia en solitario, negativa férrea a la sopa de siglas y ofrecimiento del paraguas de la marca Podemos a todos aquellos que estén dispuestos a abandonar sus organizaciones para ser acogidos en el seno de la Santa Madre Iglesia del Cambio y asaltar los cielos, reinando sentados a la derecha (o izquierda) del Líder Supremo; y por parte de la mayoría de la izquierda no englobada en Podemos (con IU a la cabeza), búsqueda denodada de espacios electorales comunes donde se puedan mantener identidades políticas diferenciadas, pero en candidatura unitaria al modo de recientes y exitosos experimentos municipales.

¿Dónde me posiciono yo en esta confrontación? Pues, para variar, con nadie. Tengo la íntima convicción de que la tan traída confluencia no es posible y tampoco alcanzo a ver tan claro como algunos compañeros que sea siquiera deseable. Alguien dirá que eso me hace coincidir con los postulados de Iglesias, lo que es cierto, pero se trata únicamente de una coincidencia en el diagnóstico, no en las causas que han provocado el divorcio (si es que alguna vez hubo casamiento) ni en las consecuencias que de ello se pudieran derivar.

Algunos llevamos 20 años apostando por la confluencia de fuerzas de izquierdas. Yo lo llevo haciendo en público y en privado desde los años 90 del pasado siglo, mucho antes del 15-M, mucho antes de la fundación de Podemos, mucho antes de sus espectaculares resultados en las Elecciones Europeas primero y en las Autonómicas y Municipales después, mucho antes del encuentro bilateral entre Iglesias y Garzón y mucho antes de la última andanada de ataques y alusiones a banderas rojas, cenizos políticos, éticas y estéticas de la eterna derrota y pitufos gruñones por parte del líder podemita. Y sigo apostando por confluir con fuerzas de izquierdas y de fuerte componente social en base a unas premisas muy sencillas: la conformación de un programa de mínimos que aporte soluciones reales y viables para los estratos más desfavorecidos y, evidentemente, que las partes implicadas lo deseen y se sientan cómodas con esas medidas básicas.

Por eso no es posible la confluencia con Podemos, ya que ellos ya han dicho por activa y por pasiva que no la desean y porque tampoco creo que las coincidencias programáticas sean tantas como algunos pretenden hacer ver.

De hecho, el análisis de Pablo Iglesias sobre el asunto, poniendo el acento en las diferencias frente a las concordancias, me parece bastante atinado (situándome en su posición dominante, claro). Pese a la soberbia de las formas y a lo sobrado del tono, al fondo no le falta buena parte de razón: cargar en su mochila con IU puede ser para ellos un pesado lastre que ahuyente a una parte del electorado de amplio espectro al que apelan; a unos porque consideran a IU parte de la casta y del problema y a otros por alejamiento de ideologías izquierdistas y creencia sincera en la transversalidad que Podemos promulga. Si a ello añadimos la miopía habitual de IU para vislumbrar lo que acontece en sus cercanías y el olímpico ninguneo al que sometieron a los actuales dirigentes de la formación morada antes de su colosal irrupción en los comicios europeos, quizá ahí encontremos parte de la explicación al tono de las más recientes intervenciones de Iglesias. Otra parte que la completaría tiene más que ver con las tendencias megalómanas en las que el antiguo profesor de la Complutense parece incurrir con frecuencia, ya que escaso de ego no parece estar.

Creo que la estrategia de Podemos pasa por laminar o fagocitar a la izquierda ajena a su hoja de ruta, haciendo ofrecimientos que recuerdan vagamente a aquella Casa Común con la que el PSOE intentaba (y, en ocasiones, lograba) camelar al electorado y cuadros dirigentes de IU. Para ello inciden en críticas a praxis usuales que algunos también llevamos años denunciando internamente: divorcio de la realidad, excesiva atención a cuestiones tangenciales en detrimento de otras que atañen a amplísimas capas poblacionales, renuencia a aceptar la eliminación de privilegios inherentes al ejercicio de cargos políticos, imagen excesivamente discursiva que nos sitúa como meros pontificadores con críticas a todo y soluciones a nada, alianzas gubernamentales autonómicas que no han servido para atacar los cimientos de las injusticias sociales y sí para perpetuar en el poder a buena parte de los perpetradores de las mismas, doble vara de medir según cuáles y quiénes sean los elementos a juzgar, etcétera.

Por tanto, buena parte del diagnóstico de Podemos y sus dirigentes lo puede suscribir perfectamente un veterano militante de IU como yo. Además, es muy de agradecer que, junto a grandes clásicos de la teoría política como Marx, Gramsci, Lenin o Laclau, encuentren ocasión para enriquecer el debate con iconos de la cultura popular como Juego de Tronos, Amanece que no es poco, Pimpinela o los Pitufos, en lugar de discutir sobre si somos ortodoxos marxistas o meros criptohegelianos de izquierdas, algo, sin duda, mucho más aburrido.

Pero coincidir en buena parte del diagnóstico no implica necesariamente coincidir en las soluciones, ya que todos sabemos que el paso de las musas al teatro es el más difícil y, aunque aún es pronto para emitir valoraciones profundas, la deriva de su formación en los últimos meses y algunas decisiones tomadas o anunciadas en sus recientes responsabilidades institucionales no me parece que sean tan fácilmente compartibles.

A las inminentes elecciones generales concurrirán, está por ver si totalmente por separado o parcialmente juntas, un buen número de organizaciones fácilmente reconocibles como de izquierdas y creo que nos debemos felicitar por ello. No ignoro que la Ley Electoral vigente penaliza la fragmentación, pero considero que el riesgo sería mucho mayor si una parte del electorado no encontrara acomodo para su voto en ninguna de las fuerzas existentes por falta de oferta o si cayéramos por enésima vez en el error falaz de creer que la necesaria pluralidad se puede garantizar de manera unívoca bajo el auspicio de una sigla con vocación centralista y hegemónica. Y después de las urnas, lo que permitan las matemáticas.

A estas alturas de la película creo que desde IU debemos dar ya por superada la fase de flirteo con Podemos, en vista de los continuados y firmes rechazos, so pena de acabar tildados de pesados (que ya lo estamos siendo) o pedigüeños que andan mendigando por las esquinas un lugar en el Sol y trabajar intensamente en la búsqueda de acuerdos con otras formaciones afines más proclives al entendimiento. De continuar pertinazmente en la insistencia de algo no deseado por una de las partes de la ecuación, incurriríamos en una injerencia en funcionamientos internos ajenos y en una falta de respeto hacia la militancia de un partido con el que aspiramos a tener una buena relación y correríamos el riesgo de recibir una respuesta desabrida por parte de Pablo Iglesias, del estilo de: ¿Confluencia? La que tengo aquí colgada, mientras se echa mano a la entrepierna.

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