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Paz, piedad, perdón

17 de Julio del 2015 - Julio Luis Bueno de las Heras (Oviedo)

El cristianismo es una doctrina benévola, positiva, coherente, respetuosa como pocas religiones con la dignidad humana e inspiradora, también como pocas, de prácticamente todos los principios pretendidamente secuestrados por la modernidad y la progresía maniquea en lo referente a respeto a la libertad y a los derechos inalienables de hombres y mujeres, en el contexto de una naturaleza armónica, desde antes del nacimiento a más allá de la muerte.

Pocos principios respetables de nuestra civilización, quizá ninguno, ande huérfano de sustento evangélico, aunque quizás en los propios Evangelios -la parte más digna de tanto libro supuestamente sagrado y trufado de claroscuros-, y más en algunas homilías de desarrollo, haya desconcertantes concesiones textuales a la arbitrariedad del dueño de la viña y a los adelantamientos por el arcén que priman saldar cuentas en sonando ya la campana del "game over". No obstante, ser buen cristiano no parece cosa fácil. Y los cristianos de veras siempre andan provocando con sus certidumbres, con su proselitismo y con sus exhibiciones de dignidad, sacrificio y ocasional martirio. Son una agresión permanente e intolerable al relativismo guay, a otras doctrinas y a otros códigos de conducta.

Ésta es la modesta opinión de un creyente no teólogo, es decir, de un no experto en intangibles indemostrables, inexperimentables, inabarcables e incomprensibles.

Por tanto, yo propondría al gestor del aparato oficial del catolicismo (que, a diferencia de otras religiones, no cursa por franquicias), su buenísima Santidad, el obispo de Roma, que, ya puestos a caer ecológica, antropológica, etnológica y culturalmente bien, pidiese perdón públicamente por toda la opresión moral, toda la zozobra, todo el agobio, toda la represión de potencialidades y libertades, toda la rigidez insobornable puro terrorismo anímico -a fe mía- que un tal Jesús de Nazaret ha establecido prepotentemente, en el desigual contrato que hace firmar a los débiles para amarrar supuestos derechos de eternidad con cláusula de suelo y desahucio.

Lo voy a redactar bien, por puntos, y lo voy pegar con dos tipos de celo en la puerta de mi parroquia, hoy por hoy remanso de libertad, donde confío en que no llegue, de esta tarde para mañana, la mano, ya no del Santo Oficio, sino de la resurgente censura de algunos ayuntamientos.

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