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No son lecciones, es opinión

18 de Julio del 2015 - José Luis Peira García (Oviedo)

No me sorprende que quien se identifica con ciertas ideologías considere que puede decidir cuando se habla y cuando no. Cierto caballero parece que pretende que sólo su decir sea expresado en un capitulo más de lo que yo diga y punto. Pues va a ser que no, que no es su voluntad la que me calla, en todo caso será la de esta publicación cuyos responsables son quienes disponen a su gusto y libertad del espacio.

Reconozco que he dudado si responder o no a su carta, la verdad es que me provoca bostezos debatir contra la sordera. Para empezar porque posiblemente debido a dificultades en la comprensión lectora no ha entendido usted casi nada de la mía, y por otro lado porque el manejo de la subjetividad y ciertos errores de bulto anticipan encastillamiento y cerrazón de su parte.

Escribo claro, y comenzaba diciendo que yo no estoy de acuerdo con esa ley de memoria y revisión. Trataba de explicarle, aunque ya veo que es inútil, cual puede ser el fondo de ella, que es la de equilibrar un desequilibrio existente ya que durante mucho tiempo la historia la escribieron unos y no otros. Y sí, se institucionalizó la venganza, que más allá de sus justificaciones es como se le debe llamar a la represión, persecución, encarcelamiento y ejecución de los disidentes políticos, ideológicos o intelectuales durante treinta y seis años triunfales. La discriminación positiva existe, y es un hecho que nos rodea, ahórrese consejos sobre lo que debo o no hacer con mi trabajo que usted ni siquiera sabe si tengo y tómese la molestia de mirar alrededor en lugar de a sombras proyectadas. Verá entonces que desde hace años las administraciones públicas facilitan el acceso a plazas laborales por cuestiones de sexo, edad, minusvalías asimismo las empresas privadas se ven favorecidas y/o beneficiadas por la contratación en esa línea. Eso es discriminación positiva, y su finalidad es igualar las oportunidades de unos y otros hasta que un horizonte idealizado las haga innecesarias.

Más, a mi me parece mal que una calle lleve el nombre de un terrorista. Por mucho que en este país el terrorismo forme parte de la historia reciente. Lo que me sorprende es que si usted comparte ese extremo no quiera mirar con idéntico juicio hacia otro lado. Aunque no hay nadie intachable, el reconocimiento debe hacerse hacia elementos que cuanto menos no comprometan la convivencia, sea éste un etarra o un general. Qué osada es la ignorancia; en España aún quedan muchas calles con el nombre del dictador golpista y la de buena parte de su universo asociado. Qué haría usted si viajara a una ex república soviética y se encontrara con monumentos a Stalin o a hermanitos del KGB. Pues bien, yo me he visto teniendo que explicar quién era Millán Astray, angelito, o qué demonios era eso de la División Azul. Ambos presentes en variopintos callejeros hispanos.

Otro aspecto que le confunde: todas las guerras de la historia, sin excepción, las ha ganado la parte más fuerte. Ojo, que digo guerras, no batallas, que todo hay que aclararlo por si acaso. La fuerza y el poder no son lo mismo que el tamaño. Le pongo un ejemplo facilón, para que pueda digerirlo, Israel es más fuerte y poderoso que la suma de todos sus enemigos de Medio Oriente aunque estos sean superiores en números. Otro ejemplo, Hernán Cortés o Pizarro fueron mucho más fuertes que sus más numerosos enemigos y por eso sometieron sus imperios. Me adelanto a su argumento, que estos conquistadores tengan monumentos y calles a su nombre en América es objeto de discusión ya que allí no siempre se les percibe favorablemente. Pero han pasado cuatro siglos y convengamos que la interpretación contextual de esa lejana historia permite considerar que alguien que podría pasar por sanguinario con la mirada de hoy se desenvolvía en un tejido o trama de la época que justifica y modera su reconocimiento como titánico conquistador. Tal extremo no es sensato atribuirlo a sus admirados héroes, ya que sus hazañas, más que modernas, son contemporáneas y de momento se pervive en una cultura occidental que ha decidido en bloque condenarlas. Esa es la cuestión.

Hace bien en mencionar a las checas, me desazona que se olvide de cuartelillos y tapias, de cunetas, una pena, con cinco líneas más de esfuerzo ya me habría mencionado Paracuellos. La última guerra civil fue un triste episodio, violento, odioso, en el que se desplegaron toda clase de maldades. Lo que nos diferencia es que yo lamento la injusticia de las torturas innecesarias que se sufrieron en ambos lados. Alguien abrió hace casi ochenta años esa caja de Pandora y no pagó por ello y algunos hoy se resisten a cerrarla. Unos manteniendo calles con nombres de criminales, otros apelando a la arqueología. Todos justificando su visceralidad.

El acueducto de Segovia no es el reconocimiento de ningún tirano, es una obra civil. También esos otros edificios que usted cita. No sé cómo no lo ve; las peores naciones del mundo son las que a sus calles les ponen nombres de asesinos, y hay que viajar al fondo de África, del sureste asiático, de los Balcanes, para verlo. Por regresar a la historia, le aclaro que no pretendo enterrarla, al contrario, pero hay partes de ella que deben quedar reservadas a los museos, los libros o, en todo caso, a la Wikipedia. Dudo que en los Estados Unidos exista un memorial del asesino de Kennedy. Todo es historia, pero no todo cabe en todas partes. Eso es lo que yo trataba de decir y usted se empecina en no entender. Es cierto que sería difícil establecer reconocimientos sin manchas de sangre. Por cierto, insisto en que mis lecciones son gratis, porque me tengo por poca cosa, eso sí, usted me levanta la moral, ya que, como decía San Agustín, cuando me considero soy un pecador, pero si me comparo soy un santo.

Sostener el reconocimiento de un régimen golpista y tirano que se nutrió y colaboró con quienes cometieron los peores crímenes que hayan asolado a la humanidad es, desde el punto de vista fríamente intelectual, un despropósito sólo posible en sociedades con un largo trayecto por recorrer hasta su madurez. Se lo resumo; en mi opinión a los muertos hay que dejarlos donde estén, y a los asesinos, en las bibliotecas. Descansemos ya en paz.

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