Incendios forestales
Con la vuelta del verano desayunamos a la escucha de una mala noticia que azota nuestra geografía. Si pensábamos que había bosques de España donde el incendio era difícil, estábamos equivocados. Ya no quedan parajes libres de la voracidad de las llamas quizá porque es prácticamente imposible encontrar sitios que no alcance la temible huella del hombre mal civilizado. Las zonas menos propensas a fuegos se convierten hoy en cabeceras de nuestros informativos, que al hablarnos durante una semana de tareas de extinción la noticia acaba siendo una crónica. Ésta es la crónica de una guerra declarada por el hombre a la naturaleza, cuyos seres luchan por la supervivencia con un peso añadido, el de una sociedad macabra, que confabula sin escrúpulos.
Al enterarnos de que el incendio es intencionado, nos duele saber que las rencillas y las incompetencias hasta de autoridades enmarañadas en turbios intereses económicos estén poniendo a la misma naturaleza como blanco. Aquello que no ha sido creado por el hombre ha pasado a ser el escenario de un juego perverso, el de unos pocos en perjuicio de todos (quienes padecemos y quienes padecerán la ausencia de esa inconmensurable fuente de vida y oxígeno). Aunque los medios usen expresiones "no ha habido que lamentar daños personales", ya entenderemos la falacia de la frase cuando en un futuro no lejano haya que comprar el aire puro en un establecimiento.
Qué decir de las especulaciones urbanísticas: engordan las cuentas bancarias cada vez que un incendio bate muchas hectáreas. Y para más inri, un amplio sector de ecologistas no admite con agrado la idea de la reforestación apelando al franquismo. Ante recursos con que afrontar el calcinamiento y la consabida desertización de nuestros bosques siempre surgen los atávicos prejuicios que eternizan este castigo estival. Lo dicho: dos infiernos que se dan la mano.
Marco Antonio Molín Ruiz
Huelva
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