Bárcenas y su excesiva arrogancia
Orgulloso, con la cabeza alta, sin la sonrisa abierta de otras ocasiones, quizás mostrando cierta rigidez en la nuca y la mirada esquiva. Así llegó Bárcenas, el ex tesorero del PP, a un juzgado de lo social de Madrid para reclamar su readmisión como empleado del Partido Popular. Nunca hubo despido, dice, no hubo destitución en diferido, añade, y reclama algo más de 900.000 euros por el daño laboral recibido.
Tiene su enjundia esta petición de Luis Bárcenas, que ahora pretende su readmisión como responsable de finanzas del partido, además de cobrar una sustanciosa indemnización económica. Con la que está cayendo es lo que le faltaba a la formación de Mariano Rajoy, que en esta ocasión seguro que no envía mensajes de que aguante y sea fuerte, no vaya a ser que...
Ciertamente, Luis Bárcenas no presenta el mismo aspecto que lo hacen los trabajadores despedidos cuando acuden a Magistratura, muchos de ellos a reclamar apenas unos cientos de euros que sus empleadores les han regateado, el cumplimiento de las condiciones de un ERE, el reconocimiento de una jornada completa que figura como parcial. Cuando la angustia y preocupación agobia al ser humano, los ojos se pierden en un mirar sin ver, los hombros se hunden, la cabeza se inclina por una vergüenza injusta, similar a la de aquellos mayores de la postguerra a los que avergonzaba reconocer que habían pasado hambre...
No, el aspecto de Bárcenas es muy otro, no es igual al de aquellos trabajadores despedidos, como no lo es el de tantos políticos que desfilan por los juzgados y miran desafiantes a las cámaras. Las cuentas en Suiza, aunque estén bloqueadas, relajan bastante. Veo a Bárcenas impertérrito, y rememoro otras caras rezumantes de soberbia --probablemente, la más significativa para mí sean las de Miguel Blesa, ex presidente de Caja Madrid, y Paco Granados--. Pero ya pasará la mareona
Estoy releyendo "Matar a un ruiseñor" que nos devuelve a aquella adolescencia y primera juventud de grandes esperanzas y anhelos justicieros, en la que hacer lo correcto y actuar en conciencia era un valor que creíamos inexcusable y compartido por la mayoría de los mortales. Pero la vida pronto nos decepcionó, y nos preparó para el interminable desfile de pisoteadores de principios, de abusadores descarados y de sinvergüenzas varios que nos esperaba.
Por ello, es fundamental que la Justicia actúe de forma rápida y eficaz para dirimir las responsabilidades pertinentes, evitando así que este tipo de casos se eternicen en los juzgados. Confiemos pues en ella.
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