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La otra nube negra de Gijón de la que nadie habla

9 de Agosto del 2015 - Leticia Alonso González (Avilés)

Estimados lectores, hoy os traigo una de esas historias que parece no ven la luz más allá de una barra de bar en la que acaloradamente se discute, cerveza en mano, acerca de las desfachateces de las que diariamente somos testigos.

Permítanme que me presente brevemente: soy una usuaria y víctima del transporte público, que deambula entre Gijón y Avilés diariamente, engordando un poquito más las carteras de las altas esferas de Alsa en cada paso de la tarjeta por el lector.

No son pocas las veces que leo el periódico y descubro nuevos defensores de la causa, que, frustrados, deciden dedicarle unas líneas a Alsa o, en su defecto, a su fiel aliado Consorcio de Transportes Asturianos (CTA), del que forma parte. Las más de las veces, las protestas caen en saco roto. Sin embargo, no siempre ocurre así.

Aún recuerdo cómo hace unos meses mi paisano avilesino Rafael Insunza defendía en los periódicos, como político de Compromiso y Defensa Ciudadana (CyDC), los derechos de los universitarios del campus gijonés a tener un transporte digno y con horarios coherentes. Y gracias a su empuje, ganó la batalla. Gracias, Rafa.

Sin embargo, aún queda mucho por hacer. Sobre todo, en la estación de Gijón o, bueno, en ese sitio donde se cogen los autobuses en Gijón, ya me entienden. Es evidente que esa "estación" es una vergüenza, en una de las ciudades más grandes de Asturias, con un movimiento de personas imparable, sobre todo en verano. Pero fíjense que no vengo a pedir que la cambien de sitio, sino algo mucho más económico.

Lectores, créanme que recientemente tuve una experiencia muy desagradable. Como todos los días, guardo una impecable cola en las dársenas dobles de la "estación" gijonesa, que se alarga en el caso peor hasta la media hora, dada la vergonzosa frecuencia de autobuses entre Avilés y Gijón. Durante esa media hora debo respirar de una nube negra compuesta de dióxido de carbono, nitrógeno e hidrocarburos no quemados, entre otros ingredientes, procedentes de cuatro tubos de escape simultáneamente. Los tubos de los autobuses que te rodean sin que tengas escapatoria.

Así pues, un día me armé de valor y le dije educadamente al ayudante de la "estación", que se caracteriza por llevar un chaleco reflectante, que aquello era inadmisible y que nos estábamos intoxicando guardando cola. A lo que él, con profunda pena reflejada en su rostro, me dijo que él ya padecía problemas de pulmón y que los conductores no querían apagar los motores, simplemente porque no les apetecía.

Indignada, a la par de apenada, ante semejante revelación, ayer decidí pedirle directamente a un conductor que apagase por favor el motor. Él, con rostro altivo y tono de sorna, se negó. Simplemente, no le merecía la pena apagarlo para volver a encenderlo. Mientras él esperase respirando el puro aire de la calle Llanes sin necesidad de guardar cola, el resto podíamos fastidiarnos, por no decir otra cosa. Y así, todos los días. ¿Qué podemos hacer?

Como buenos asturianos, estimados lectores, sabemos que de vez en cuando algunos rayitos de sol consiguen colarse entre las nubes y darnos un respiro de luz. Análogamente, en la citada nube de Alsa ocurre algo similar, pues de vez en cuando se cuelan grandes trabajadores, conductores que nos alegran el viaje y que nos dan los buenos días con una sonrisa cada mañana. Algunos incluso nos deleitan con bombones por ser sus mejores pasajeros...

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