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El perro y el cazador

5 de Agosto del 2015 - Enrique Álvarez-Santullano Fontaneda (Oviedo)

Éramos tan sólo un par de renacuajos cuando mi padre, en el coche, de regreso después de cenar en Posada de Llanes, nos alertó de su presencia. Aquella primera noche no los vimos, pero cada vez que pasábamos por ese lugar, mi hermano y yo buscábamos al perro y al cazador excitados por la emoción. No tardamos en descubrirlos, era sencillo, una cuestión de saber mirar, y en eso mi padre era maestro. El cazador sostenía un rifle a la altura de la cintura y apuntaba a la carretera; tenía una mirada dura, amenazante y fría, y una cerrada barba bajo su sombrero campesino. A su lado, el perro, compacto y simpático, le seguía el paso. Estaban en lo alto de una roca, a la entrada de una pequeña cueva, y sin duda protegían la casa situada junto a la carretera a la entrada de Quintana. Juro que vi a aquel cazador girarse un montón de veces hacia nosotros, levantar su rifle y apuntarnos, e incluso le oí gritar dándonos el alto mientras su perro ladraba desafiante tras las ramas de la alta palmera del jardín. Por eso me costó creer a mi hermano cuando me descubrió que las sombras que se movían a su alrededor en la noche, y la carne y el hueso de aquellas figuras eran sólo materiales de mi ingenua imaginación de niño, y que aquella pareja era de madera o escayola, tan bien policromada como los sueños de aquella época. Por supuesto –nunca sucede de otra forma–, yo continué la broma de mi padre con mis hijos y me consta que ellos, a su vez, también lo hacen con sus amigos. Esto no me sorprende, pero han pasado cuarenta años desde entonces y ni una sola vez he dejado de alzar la mirada hacia la cueva para comprobar que el perro y el cazador aún siguen ahí. Cuando me pregunto a mí mismo por qué lo hago, sólo encuentro una respuesta: me ofrecen la seguridad y la tranquilidad de las cosas que perviven, que permanecen inalterables y que no se doblegan jamás, tan cansado como está uno de ver alterados sus mejores recuerdos. La memoria me envía, cuando los miro, postales de mi infancia y sé muy bien que también lo hace con alguno de nosotros.

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