En recuerdo de José Manuel Pita Andrade
El pasado 8 de septiembre murió en Granada, ya jubilado, José Manuel Pita Andrade. Nacido en La Coruña en 1922, se doctoró en la Facultad de Historia de la Universidad Complutense, con una elaborada tesis «La construcción de la catedral de Orense», publicada en 1954, siendo discípulo del también inolvidable F. J. Sánchez Cantón, del que fue adjunto bastantes años, hasta ganar por oposición la cátedra de Historia del Arte en la Universidad de Granada (13/06/1960), ciudad en la que terminaría asentándose tras dictar un curso en la Universidad de Oviedo (1960-1961) que habrá quedado grabado en muchos, hoy sexagenarios. Estancia ésta que sirvió a Pita para elaborar su celebérrimo «Arte asturiano», publicado en 1963 por el Instituto Diego Velázquez (CSIC, Madrid), tres lustros después de que H. Schlunk diera categoría universal al Prerrománico que se forja con el Principado.
Pensé que aquí en Oviedo alguien le recordaría. Así sucedió con el forzado réquiem de la buena de Carmen Ruiz-Tilve, precisamente alumna suya en sus años universitarios. Sin embargo, al adelantárseme en el recordatorio, agradecí su diligencia, dado que me evitó revolver, una vez más, mi biblioteca buscando el «Arte asturiano» de Pita, ilocalizable en una primera tentativa un par de días antes y de cuya dedicatoria a sus alumnos del sesenta de la Universidad de Oviedo no recordaba. Ello quizá me permitirá insistir en el vuelco que con los años conoció mi tocayo, quizá bajo la influencia de su siempre maestro F. J. Sánchez Cantón. Ahí es nada; pasarse del arte prerrománico al Siglo de Oro y a Goya, de lo que sólo puede presumir un genio.
Yo le recuerdo aún en sus años madrileños veinteañeros, donde mi tocayo me encandiló un tanto. Acababa de aceptar ser nombrado Conservador de la Casa de Alba, con el prestigio que tal nombramiento le suponía. Recién casado con Elena Calandre, hija de un prestigioso médico que trataba a mi padre y sabiendo de las necesidades materiales que podrían creársele en el alto nivel social que tendría que vivir por sus contactos sociales, tras su aquiescencia me encantó presentarle a Manolo San Miguel, gerente de Ediciones Guadarrama, quien le encargó la traducción desde el francés, de un best seller en cuya edición se había empeñado, traducción muy bien pagada y que demostraría que los saberes museológicos de mi tocayo no eran cualquier cosa. Su primer cátedra granadina, ganada, como sabemos, en 1960, fue ocupada, empero, con algún retraso, pero ello no fue obstáculo para que Pita fuera nombrado miembro de número de las Reales Academias de Bellas Artes de San Fernando (Madrid); de la Real Academia de Historia (ídem); del Colegio Libre de Eméritos (ídem) y de la Hispanic Society de América, todo ello impuesto por sus estupendos trabajos, hace que se nos enmascare como concienzudo investigador, particularmente en temas museológicos.
Su nombramiento en 1978 como director del Museo del Prado obligó a que la dirección del mismo conociese su tránsito a un régimen democrático. Su dimisión, al parecer, en 1981 –hay versiones varias–, se debió a la introducción «política· del «Guernica» de P. Picasso en el museo. No sería ésta su dimisión única, ya que se le achacan otras posteriores de origen político en la misma Granada, siendo ya catedrático, lo que no sería obstáculo para que años después fuera nombrado conservador jefe del museo Thyssen-Bornemisza, reteniendo su cátedra de Granada hasta su jubilación.
José Manuel Gómez Tabanera, Oviedo
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