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La fuerza del odio

11 de Agosto del 2015 - José Antonio GUTIÉRREZ GLEZ. (Piedras Blancas)

Muchísima gente está convencida de que para acabar con la vida de sus propios hijos, un ser humano tiene, necesariamente, que haber perdido sus facultades mentales.

El horrible caso del presunto filicida David Oubel, que ha entrado brutalmente en esa trágica historia de la degeneración que componen quienes han cometido el más execrable de los crímenes, ¡matar a sus propios hijos!, demuestra, una vez más, que no hay ninguna fuerza en el mundo comparable a la del odio, muy superior, sin duda, a la fuerza del amor. Este caso nos hace seguir pensando que el hombre es un lobo para el hombre, por lo que el placer y el ánimo de venganza que al presunto parricida de Moraña le produjo dar semejante zarpazo a su ex mujer fue infinitamente superior al cariño que pudiera profesar a sus pequeñas. El odio que se puede llegar a sentir por la persona a la que en su día más se quiso es superior a todo, por lo que existen individuos que optan por lo que más daño pueda causar a su antigua pareja, como es separarla definitivamente –y de qué forma– de sus hijos. Lo más maravilloso de una familia son los hijos.

Ciertamente, no hay nada más grande y hermoso que el amor a los hijos, máxime cuando son niños, inocentes, indefensos, sin picardía ni maldad hasta que la vida y la sociedad se los va descubriendo. El amor, la ternura, la bondad, el descubrimiento de la vida, el nacer a la realidad en la infancia es una etapa extraordinaria y única. Qué puede llevar a un padre a asesinar a un hijo es algo que escapa a la razón misma. Queremos creer que sólo la locura puede llevar a semejante barbarie, a tamaña monstruosidad. El desgarro, el horror, la crueldad extrema con la que se termina con la vida de unos niños –en este caso, de dos hermanas de cuatro y nueve años en un pequeño pueblo gallego– conmociona y hasta paraliza a los ciudadanos de buena voluntad. Nadie puede explicar lo inexplicable. Lo contra natura.

Tratamos de justificarlo en el odio, en la venganza, en el infligir todo el daño posible a otra persona; en este caso, a una madre. Movido por esa vehemencia, por ese estado de locura y brutalidad, degollar a dos seres sangre de tu sangre. Cercenar unas vidas plenas de inocencia, de alegría, de futuro. Sólo el odio es capaz de vencer al amor, a la razón, a la prudencia. Sólo el odio mata más que cualquier otro motivo. Motivo sin justificación. No hay crimen más abyecto, más terrible y execrable que acabar con la vida de unos niños que son la flor de la inocencia. Cuatro y nueve años. ¿Qué mal habían hecho? Arrancado con el desgarro frío y sórdido de una muerte brutal, atroz, inimaginable. Un padre que sin duda amaría a sus hijas pero que se ha dejado llevar por algo más fuerte y endemoniado: el odio a su ex pareja.

Para una madre, ha quedado abierta un tumba de por vida. Una madre que nos ha dado el más maravilloso de los regalos del ser humano: la vida.

Por eso, para causarle un dolor inconsolable a quien tanto odiaba este individuo, mató de una forma que no es posible siquiera imaginar y, ¡misión cumplida! En su desesperación, las personas son capaces de acabar con aquello que más quieren para hacer daño a quien más odian.

Este desalmado no merece compasión, puesto que no es un loco; es la maldad absoluta, la total deshumanización. Lo tenía todo planeado; uno de estos días de atrás, nos decía LA NUEVA ESPAÑA que la semana anterior puso su casa en venta, y un día antes –sólo un día antes– compró la radial, herramienta con la que cometió los crímenes. Y no sintió piedad. Yo me compadezco de sus víctimas. Ningún tipo de odio puede justificar este brutal crimen contra dos criaturas indefensas.

Ojalá que todo el peso de la ley caiga sobre este despreciable padre y sea el primero en sufrir la cadena perpetua (prisión permanente revisable).

Aunque estoy convencido de que pasaría más tiempo entre rejas si se le hiciese cumplir íntegramente la pena a la que debiera ser condenado por el anterior Código Penal.

Confiemos, no obstante, en una justicia justa.

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