Augusto Monterroso
“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
Y ambos se miraron extrañados. ¿Qué hace usted en mi cama?, preguntaron al mismo tiempo. Y casi al mismo tiempo los dos exclamaron: ¡Dormir, por supuesto! Entonces, si es tan amable, no tire de la manta. El frío no me deja descansar –sentenció Augusto mientras daba media vuelta–. ¿Acaso no sabe usted que los reptiles tenemos la sangre fría? –inquirió del dinosaurio–, pero Augusto ya se había vuelto a dormir.
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