¿Y ahora, qué?
En una conocida película de animación los peces de una pecera tienen un plan para escapar de ella. Deben bloquear el sistema de depuración de agua para que el propietario tenga que desocuparla para hacer limpieza y meter a los animales en bolsas de plástico con agua durante la operación. En ese momento ellos se echarán a rodar con sus bolsas y se dejarán caer al mar. La película termina con media docena de peces a la deriva, en mitad del océano, cada cual dentro de su bolsa con agua. Uno de ellos lanza una pregunta: ¿Y ahora, qué?
¿Y ahora qué? Cabe preguntarse si eso se dirán algunos catalanes, de lograr la ansiada independencia. A mí, particularmente, me importa poco si lo consiguen o no; y si algo me afecta del lado emocional es porque pienso que es ésa una guerra menor y que el mundo actual demanda horizontes más elevados que el de este terruño es mío y aquí se come la sopa con tenedor, o cosas así. También, por el lado emocional, caigo en la extendida tentación de creer que si se independizan, al menos algunos se callarán de una maldita vez. Pero no, preveo lo que será su canción: cuando se acaben las celebraciones y los barrenderos recojan las últimas toneladas de confeti de las calles formando montones junto a vasos de papel y banderitas pisoteadas, alguien se empezará a preguntar ¿Y ahora, qué? ¿Habrá un plan para después? Yo anticipo ya uno: durante al menos una generación, cualquier disfunción en el nuevo Estado tendrá la excusa de la herencia recibida. Eso opera en doble función: justifica las limitaciones propias y señala a un causante de todo mal pasado y futuro.
No serán originales: el oro de Moscú, Roldán o Zapatero también han sido herencias recibidas que impidieron el normal desarrollo de las cosas. Como Dios manda.
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