¡A cobrar, que son dos días!
La política es un entramado que desborda a la lógica y a la ética. Cuando un ciudadano pretende encontrar una explicación convincente a esos sueldos astronómicos de ciertos políticos termina siempre en un atolladero. La proliferación de partidos, cargos, miembros principales y el inabarcable aledaño de asesores ha multiplicado los gastos hasta cifras insultantes. No olvidemos que el dinero puede ser algo meramente ficticio y especulativo hasta el punto de no representar a la riqueza misma. ¡Y he aquí la trampa!
No falta un solo día en que los medios de comunicación no nos pongan al corriente de tan sustanciosos ingresos, cuyos beneficiarios se están haciendo famosos por no dejar de incrementar sus ganancias. Ahora ha surgido un nuevo cotilleo, que consiste en cobrar más en menos tiempo haciendo el mínimo esfuerzo. Todo sube como la espuma en la hermética estirpe de la política. Capítulo que aumenta el desconcierto es precisamente la inoperancia de tantos varones y mujeres que incluso han ocasionado heridas aún sin curar en un pueblo vilmente engañado. Quien saltó a la palestra por corrupción se marcha a una ciudad mayor para ostentar otro cargo más retribuido. Ésta es la historia que se escribe en el mapa político de España: huir de la tempestad desencadenada para disfrutar de honores y glorias en un nuevo destino.
Qué frustrante panorama cuando uno compara estos despilfarros con la lucha cotidiana de tantas personas por salir adelante. Asumimos que la política es una tarea responsable pues entraña un programa y una acción eficaces, cuidadosos y permanentes sobre las necesidades y preferencias del conjunto de nuestra sociedad. Pero choca con la propia dignidad humana unos ingresos que se oponen radicalmente a la misma competencia de quienes los reciben. Entre la multitud a pie de calle hay quien empieza a preguntarse con regusto amargo: ¿para qué votar movido exclusivamente por una ideología en la que se ha creído siempre si en la práctica todo es tan engañoso?
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