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Tolerancia mal entendida

1 de Septiembre del 2015 - José Luis Álvarez Lauret (Gijón)

Se dice que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos. Probablemente sea cierto, pero hay que reconocer que tiene fallos como catedrales; más si, como en nuestro caso, se trata de una democracia acomplejada, consecuencia, a mi juicio, de ser hija de una dictadura de cuarenta años, nacida ésta de una guerra civil que dejó tras de sí lo que dejó.

LA NUEVA ESPAÑA del sábado 15 de agosto, en página dedicada a Gijón, decía en titulares: “Detienen a un joven con 19 arrestos anteriores por robar un bolso tras salir del calabozo”. A continuación, nos informaban de que se trataba de un marroquí que había sido capturado por la Policía tres veces en menos de diez días por hurtos y asaltos a negocios. Cuando los ciudadanos leemos o escuchamos en los medios este tipo de sucesos, no podemos si no quedar perplejos y preguntarnos cómo puede ser posible que tengamos un sistema tan tolerante con según qué cosas; más aun cuando se trata de sujetos de nacionalidad extranjera que en la mayoría de los casos han llegado a nuestro país de manera ilegal, y resulta que, lejos de ponerlos de patitas en la frontera al primer delito, nuestro sistema judicial –según parece– no dispone de legislación clara y tajante que le permita actuar con verdadera justicia, que nos libre a los sufridos ciudadanos pagadores de impuestos de tipos indeseables que demuestran venir aquí sin otro propósito que el de delinquir y vivir a costa de las inocentes y confiadas victimas a las que dan el golpe de manera reiterada a sabiendas de que, en el peor de los casos, van a ser detenidos y conducidos a los calabozos policiales durante unas horas, y luego el juez de turno –según parece–, con la ley en la mano, no puede hacer otra cosa que ponerlos nuevamente en la calle para que sigan delinquiendo cuantas veces les apetezca.

Señores políticos: ustedes representan el poder legislativo, observen lo que pasa y obren en consecuencia. Si la actual ley no sirve para mantener a raya a ciertos indeseables en perjuicio de la sacrificada mayoría honrada, cámbienla, y no permitan que los jueces –se supone que a su pesar– se vean en la necesidad de poner en la calle a tipejos a los que la Policía dedicó, para detener y poner en manos de la justicia un tiempo esfuerzo y dinero, de todos los ciudadanos, sólo porque que ustedes o sus antecesores en el Parlamento aprueben, o hayan aprobado, leyes que, según se ve, no se ajustan o cumplen con el cometido deseado por la sociedad actual.

Seguir así, a mi juicio, no es ejercer la democracia ni ser tolerantes y buenazos, sino lo que vulgarmente se llama: hacer el primo en beneficio de chorizos pícaros y maleantes, a costa de todos los demás.

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