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El triunfo de la banalidad

21 de Agosto del 2015 - marcelo noboa fiallo (Gijon)

Hace unos días tuve el privilegio de acudir a lo que se ha denominado el acontecimiento cultural del verano en España. La representación de la última ópera escrita por Giuseppe Verdi, “Falstaff”, en el teatro Campoamor de Oviedo. La lectura preliminar del libreto nada tenía que ver con sus grandes óperas (“Nabucco”, “Il Rigoleto”, “La Traviata”, “La Forza del Destino”, “Aída”, “Otelo”, etcétera). Lo primero que uno piensa es que con “Falstaff” Verdi se había permitido, a sus 84 años, una licencia, una frivolidad, una banalidad.

Nada más lejos de la realidad: detrás de la aparente frivolidad de la historia que narra las desventuras del personaje verdiano, se nos ofrece una obra portentosa que da pie, bajo la incomparable batuta del maestro Ricardo Mutti, a poder disfrutar de momentos sublimes, reveladores, como el aria “è sogno o realità?” El monólogo de “Falstaff” que abre el tercer acto y la fuga final “Tutto nel mondo è burla”, a la que concede una trascendencia dramática impresionante.

Paralelamente a esta gran puesta en escena, leo en la prensa que un desconocido autor norteamericano está escribiendo una ópera basada en un acontecimiento banal de hace ahora tres años ocurrido en una pequeña localidad de Zaragoza (Borja), donde una ciudadana anónima (hasta entonces) decidió, por su cuenta y riesgo, restaurar una pintura de un irrelevante pintor del siglo pasado y cuyo resultado (un bodrio) dio la vuelta al mundo, durante el verano de 2012, con España sumida en la crisis.

Gracias a estos imponderables que tiene el mundo de la banalidad en conjunción con las redes sociales, donde algo que no tiene ningún valor (como los miles y millones de actos de nuestras vidas) de pronto se convierten en el acontecimiento del año, de la década o del siglo. Es una historia fascinante, llena de misterio, de fe profunda, comenta el autor de la ópera (¡!) Y se queda tan ancho (¡!)

Cuando surgió el fenómeno de la globalización, como consecuencia del desarrollo de las nuevas tecnologías, saludé el acontecimiento con mucho entusiasmo ya que consideraba que ello iba a permitir la democratización de la información en el mundo y, sobre todo, el acceso a la cultura de cientos de millones de ciudadanos. Hoy compruebo con profunda tristeza que los beneficiarios de la globalización han sido, por un lado, la especulación del mundo financiero, acorde con el triunfo del neoliberalismo, y la banalidad de la cultura, de la comunicación, de los comportamientos, de la mala educación, del mal gusto.

Redes sociales como Facebook son utilizados por el 95% de sus usuarios para compartir y divulgar la banalidad de sus existencias y elevar la frivolidad a categoría de ingenio. No es fácil encontrar en las redes sociales avances científicos para el bienestar de la Humanidad, divulgación de poesías de poetas anónimos, debates políticos de altura o propuestas serias para la mejora de la convivencia.

Cuando a la banalidad se le suma la ignorancia, el resultado no puede ser más patético. Véase, si no, la reciente rueda de prensa de un futbolista fichado por el Real Jaén de fútbol a cuyo compromiso acudió con una camiseta con la figura del dictador Franco con el saludo fascista. Ante el revuelo que la noticia causó, el futbolista sólo pudo balbucear que desconocía que el personaje fuera tan polémico en España. Personalmente, me creo su explicación porque la ignorancia es una de las señas de identidad del mundo del fútbol, salvo honrosas excepciones. Supongo que desconocerá también la existencia de Hitler, de Mussolini, de Stalin y sus atrocidades.

Cabe señalar lo mismo para el lamentable mundo del espectáculo que padecemos. El cantante que enloquece a las jovencitas de hoy, Justin Bieber, de visita a la casa/museo de Ana Frank en Ámsterdam, no sólo faltó al respeto a una figura histórica como Ana Frank simulando un combate de boxeo en la casa en la que tanto miedo pasó la niña durante la oscura noche del nazismo en Europa. Este imberbe cantante se despidió firmando en el libro de visitas con un polémico mensaje: “Es inspirador poder venir aquí. Ana era una gran chica. Ojalá hubiera sido ‘belieber’”.

Sólo el triunfo de la banalidad, en la sociedad moderna, puede explicar que la Italia de Fellini, de Rossellini, de Miguel Ángel, de Leonardo da Vinci, de Puccini, de Verdi haya soportado durante diez años a un personaje como Silvio Berlusconi o que hoy en los Estados Unidos, Donald Trump (personaje surgido de la caverna) sea el mejor colocado para ganar las primarias del Partido Republicano.

Mientras tanto, en las televisiones de todo el mundo, siguen triunfando personajes como Belén Esteban o programas como “Sálvame” con récord de audiencias, mientras cadenas de televisión, como la 2 de TVE (con excelentes programas sobre cine, libros, documentales de naturaleza, historia, descubrimientos...) apenas sobrevive con cuotas de pantalla del 2,5% de audiencia.

Por mi parte, sigo sintiendo un profundo rubor cada vez que me suena el teléfono móvil y me encuentro en un lugar público. Siento que algo que pertenece a la esfera de mi intimidad va a ser escuchado por otras personas. Pero más rubor siento, si cabe, cuando, sin yo quererlo, se me hace partícipe de conversaciones privadas, muchas de ellas con una carga de mal gusto, zafiedad e insultos incluidos que se airea a lo largo y ancho de este mundo en las calles, en los parques públicos, en el autobús y ¡hasta en el cine! Consecuencia de la globalización del mal gusto, de la frivolidad de la banalidad.

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