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Relaciones entre la familia y la escuela

29 de Septiembre del 2009 - Fernando López Valverde (Gijón)

Tanto la Escuela como la Familia cuentan con esa sinuosa característica de haber sido siempre percibidas en situación de crisis, transición y dramática encrucijada en constante perspectiva de cambio y dudoso futuro. Cuanto más en estos tiempos ante un escenario de mutaciones sociales profundas, que les exigen fuertes dosis de adaptabilidad y asimilación de las transformaciones culturales, tecnológicas y de nuevos conocimientos. Su mayor esfuerzo está siendo tratar de adaptarse a crisis de todo tipo: ideológicas, económicas, energéticas, ecológicas,...

Pero lo más importante en estos momentos es identificar cuáles son las causas profundas de estas difíciles relaciones, pues todo intento de soluciones cosméticas no sería más que alargar una situación que se hace ya insostenible.

En este nuevo horizonte podemos decir que cualquiera que sea el concepto de familia o escuela del que se parta, es comprensible que estén apareciendo nuevas situaciones, que conllevan serias dificultades para ser resueltas en armonía y eficacia para el buen funcionamiento de las relaciones entre ambas.

Son muchos y variados los obstáculos para la conciliación de la vida laboral, familiar y escolar, en su conjunto, y recociendo que la gran mayoría de las familias vive ahora más presionada y absorbida que nunca por las demandas de la vida diaria, sólo voy a llamar la atención sobre tres de ellos aunque sea de manera muy simplificada:

En primer lugar una dificultad para mí determinante es la organización de los tiempos de trabajo en las empresas, sobre todo desde la incorporación de la mujer a ese mundo, hecho considerado por algunos expertos como una de las medidas más importantes para crear riqueza. La egoísta cultura empresarial sólo recompensa a aquellos empleados que consideran a la empresa en la que trabajan como lo único en su vida, apartándolos de otras responsabilidades fundamentales como el cuidado y educación de la prole. Este tipo de empresas le exige al empleado ideal, si es hombre, que lo dé todo y a todas horas por la empresa. Y, si es mujer, aunque le abre alguna puerta para poder ajustar su horario con jornadas reducidas, lo hace a cambio de aplicarle recortes en sus salarios o condiciones contractuales más gravosas o difusas.

En segundo lugar, aunque sobre la familia y la escuela todavía planea un aire democratizador -residual de la L.O.D.E.-, me atrevería a decir que es más aparente que real, pues en las familias y en la comunidad local ampliada se siguen encontrando serias dificultades para la participación real y efectiva en los centros escolares, porque la estructura organizativa de muchos de ellos en la actualidad permanece impermeable. La mayoría de las familias que muestran verdadero interés en una participación real y comprometida denuncian que no se debate, ni se discute, ni se profundiza en ningún tema que vaya más allá de lo prescrito. Algunos aducen que en muchos casos se sienten incomprendidos y atemorizados ante el poder del profesorado, quienes en un ejercicio de excesivo profesionalismo marcan férreamente los límites de la participación. También se constata que, en general, la implicación de la familia en la gestión de dicha participación presenta niveles decepcionantes.

Por último, el profesorado actúa a la defensiva protegiendo su autonomía en el ejercicio de su labor profesional y refiere con frecuencia que se siente amenazado, controlado o infravalorado por los padres a quienes ven como fiscalizadores de su labor. Profesorado que, al mismo tiempo, sí que demanda el apoyo familiar para vigilar y mejorar el rendimiento escolar de sus alumnos.

Es urgente que identifiquemos cuáles son las causas profundas, pues todo intento de soluciones cosméticas no sería más que alargar una situación que en este sector se hace ya insostenible.

Opino que las causas profundas no radican en las encontradas actitudes del profesorado y de las familias, presentadas más arriba y que esas actitudes de distanciamiento e indiferencia hacia la escuela son sólo los síntomas y no las causas del problema. Las razones de esas actitudes hay que buscarlas en el mismo marco legal que regula el funcionamiento de los centros de enseñanza y, si no se cambia la política de fijar las metas y los fines desde órganos centralizados de poder, las relaciones pueden crujir todavía más.

Sólo desde una acción concertada de toda la comunidad educativa se podrá superar la situación de esclerosis que está afectando a la relaciones entre estas redes sociales, pues en las actuales condiciones las relaciones entre empresa, familia y los centros de enseñanza seguirán en ese desencuentro histórico, con el que parece nos hemos resignado a convivir, como consta en numerosos informes e investigaciones.

Una verdadera relación e implicación ciudadana en las instituciones escolares conlleva la participación activa y democrática en cuestiones tales como los debates sobre política educativa, los proyectos curriculares más adecuados y pertinentes a las condiciones reales de la institución y el contexto sociocultural en el que está ubicado el centro, los modelos de gestión, las formas de evaluación del centro, los recursos didácticos más adecuados, etc. Para caminar en ese sentido pensamos que los Consejos Escolares en todos sus niveles, como órganos de participación de la comunidad educativa, reclaman una revisión en profundidad y no un simple retoque de sus funciones y competencias. Para ello es imprescindible que se llegue a ese pacto social y político en educación que de nuevo se está intentado.

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