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¿Por qué Merchán no llegó a cardenal?

7 de Septiembre del 2015 - José María Álvarez Alvarez (Trubia, Oviedo)

Uno de los misterios insondables en la historia de Asturias es la causa que determinó que Gabino Díaz Merchán no llegase a cardenal. Tal vez haya que esperar a su óbito, cuando los que se encargaron de impedir su nombramiento echen laudatorias sobre su cadáver, y quienes se prestaron a ello, reconcomidos por la acción, entonen el mea culpa y desaten sus lenguas. Un personaje querido por muchos y respetado por todos, y que tenía la rara habilidad de contar con la sensibilidad que le permitía conectar con diversos sectores, algunos tradicionalmente reacios –por principios, ignorancia u otras cuestiones–, hecho este encomiable teniendo en cuenta que siendo un niño pequeño había quedado huérfano, tras ser fusilados su padre y su madre por los comunistas, y asistido a las luchas enconadas y sangrientas que se desarrollaron en su Toledo natal entre anarquistas y comunistas (un primo suyo era un destacado anarquista).

Que Merchán iba a ser nombrado cardenal era algo que todos daban por hecho a finales de 1989, tras la visita del Papa a Asturias, donde el recorrido por Covadonga y la multitudinaria concentración del día siguiente fueron del agrado del Pontífice, quien felicitó al propio Merchán con un “muy bien”.

Pero con el cambio de década las halagüeñas perspectivas se truncaron, pasando de ser un purpurable a un proscrito. ¿Por qué se cercenó su prometedora carrera? Para sacar una conclusión, lo que hay que hacer es analizar los hechos y los personajes, en la perspectiva de la década de los noventa en Asturias, cuando se llevó a cabo la voladura controlada de la estructura productiva que había hecho de Asturias una de las locomotoras económicas de España.

El punto de inflexión que determinó el ostracismo de Merchán se inició con el posicionamiento en las movilizaciones de la vieja Ensidesa y Hunosa que alcanzaría su culmen en el encierro de los trabajadores de Duro Felguera en la Catedral, con la fotografía icónica en la que aparece, gomeru en mano, junto a representantes de los trabajadores en lucha. Estos hechos alarmaron, cuando no indignaron, a determinados sectores políticos –PSOE y PP–, quienes habían pactado, cual Cánovas y Sagasta, la alternancia pacífica en el poder. Políticos que se “constituirán en casta, dividiéndose, hipócritas, en dos bandos, sin otro móvil que tejer y destejer la jerga de sus provechos particulares”, en palabras de Benito Pérez Galdós en sus “Episodios Nacionales” (“La España trágica”, quinta serie, II).

Recordemos la llamada telefónica al Arzobispado de un indignado político, conspicuo parlamentario regional, que llegaría a senador pues los caminos de la política son oscuros y sinuosos, el cual, después de despotricar contra Merchán, se identificó como “un feligrés”. Merchán molestaba a esos tunantes, feligreses del pesebre político, que se han turnado en el poder, los cuales desde los años noventa han llevado a cabo múltiples reformas laborales –desde los contratos basura de entonces hasta los actuales contratos por horas– y privatizaciones. Todo ello unido al sistemático lavado de dinero, especialmente procedente de las mafias, que contribuyó a la burbuja inmobiliaria, encarecimiento de la vivienda y desahucios posteriores.

La Conferencia Episcopal, con personajes acomodados al gusto del PSOE y PP, nunca denunció las mafias que secuestran, torturan y esclavizan a mujeres –dos millones se suman cada año, quinientas mil en la UE– y envenenan con la droga; mafias que lavaron impunemente el dinero en España en el sector inmobiliario y en la Bolsa; como tampoco denunció el desmantelamiento de los logros laborales y sociales y las privatizaciones; ni tampoco que se fomentase la superpoblación de otros países para disponer de un excedente poblacional que importar y con el que facilitar la economía sumergida con la que se ha dinamitado el Estado del bienestar –el talón de Aquiles del capitalismo es la escasez de mano de obra, de ahí la superpoblación y el masivo envío del excedente poblacional a EE UU y UE–; ni que se recortase en todos los sectores menos en el político, suprimiendo alcaldes, concejales, parlamentarios regionales, congresistas y senadores.

De haber llegado a cardenal, Díaz Merchán hubiera denunciado todo esto, lo que complicaría la impunidad deleznable, cuando no delictiva, del PSOE y PP con la que se han movido durante los últimos treinta años, en parte gracias a la manipulación y mendacidad mediáticas, y al borreguismo y servilismo campante.

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