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Innovación social pendiente

3 de Septiembre del 2015 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

Siempre se ha visto a la equivocación como un peligro, pero es la clave para el aprendizaje y la innovación. La equivocación es lo distinto: un peligro para la perfección burócrata conservadora. Cuando un pionero, tras equivocar el camino, descubría un nuevo y rico valle lleno de promesas, al tornar y comunicar la buena nueva, las mediocres envidias de burócratas aduladores del poder, tomando buena nota del descubrimiento, desprestigiaban al pionero, manipulaban las masas, y lograban su crucifixión. Movilizar a las masas dejándolas sin libertad individual para elegir, es todo un poder que logra impedir la innovación social, dejándola pendiente.

Sin el aprendizaje que brinda la equivocación, sin el conocimiento para no ser masas, sin la motivación por el cambio que busca el bien general y propio, sin el desapego, sin abandonar el desprecio por lo distinto, sin cooperación: no hay innovación que valga. Crucificado el pionero, siempre fue tarea fácil manipular la buena nueva: o bien la facción del pionero llegaba a un reparto del poder, o bien lo justificaba. Sin innovación: la equivocación es perseguible, la creatividad peligrosa y la burocracia, como dogma, factible. El conocimiento es la base de todo progreso, pero su perfecta clonación impide evolucionar. Las personas son una equivocación las unas para las otras, pero son también un bien, frente a esa necesidad de sentir cerca la semejanza, para, compartiendo la felicidad, evolucionar. La verdadera innovación sería lograr que los circulares mecanismos históricos de Política-Guerra-Economía se convirtieran en Ética-Caridad-Proactividad, si se supera la pasividad ética y el desprecio por el otro.

Tras la segunda guerra mundial, al término de la equivocación de la primera, el mundo no quiso aprender y siguió buscando utopías sin libertad. La guerra fría justificó entonces esclavizar al tercer mundo dejándolo en manos de la tiranía; al cuarto en manos de la pobreza y, ahora, a un quinto ahogado a la orilla. Vivimos sumergidos en un mar de desarrollos tecnológicos, para adicción de masas y avaricias de economías. No se hizo caso al judío de Nazaret cuando nos trajo la buena nueva, ni a Hannah Arendt cuando escribió: «Incluso el más despótico dominio que conocemos, el del amo sobre los esclavos, que siempre le superarán en número, no descansa en lo medios de coacción como tales, sino en una superior organización del poder, en la solidaridad organizada de los amos»; ni al polaco comunista Adam Schaff: «El obrero ha muerto ahogado por el desarrollo tecnológico, el asalariado aún bracea y forcejea»; tampoco se escuchó al esperantista y filántropo Soros cuando escribió: «La crisis del capitalismo global» muestra falacias fértiles; menos aún se quiso llegar a ser una «sociedad abierta» que diese sentido de realidad a la eutopía de Karl Popper, ni establecer el diálogo «Yo y tú» de Buber; sino que, sin aprender de la equivocación, volvemos a enardecer a las masas en el totalitario desprecio del otro. No aprendimos del judío de entonces; ni de Hannah, Soros, Popper y Buber; tampoco del ateo Schaff y mucho menos del cristiano Papa Francisco.

Estamos siendo sumidos por el desagüe, pero nos vamos convencidos de que los otros se lo han merecido, que a nosotros no nos pasará. Mientras, Zhongguo, el país del centro, centrado en lo suyo: devalúa, produce y vende.

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