Budapest

3 de Septiembre del 2015 - Marcelo Noboa Fiallo (Gijón)

En la hermosa ciudad de Budapest, a medio camino entre el Parlamento y el Puente de las Cadenas y a las orillas del río Danubio que coquetea a su paso por ésta milenaria ciudad centroeuropea, se encuentra una de las esculturas más originales y, a la vez, más sobrecogedoras que he tenido la oportunidad de visitar. La escultura, realizada por los escultores Gyula Pauer y Can Togay en el año 2005, es un homenaje a los judíos que fueron asesinados por el partido socialista Arrow Cross dirigido por Ferenc Szálasi, en pocos meses asesinaron alrededor de 15.000 personas y deportaron a más de 80.000 al campo de concentración de Auschwitz.

La escultura consta de un montón de zapatos de todo tipo (de mujer, de hombre, de niños, coquetos, finos, de obreros, rotos, muy usados) desperdigados por la ribera del Danubio y que pretende recordar el momento del fusilamiento de inocentes, con la peculiaridad macabra de que se les ordenaba quitarse los zapatos, mirasen por última vez su bella ciudad, antes de ser abatidos por los fusiles y sus cuerpos llevados por el río.

Cuando te encuentras con la escultura y conoces la historia se te encoge el corazón y se hace inevitable soltar una lágrima, mientras un silencio se apodera de quienes visitan el lugar.

No he podido dejar de recordar éste lugar al visualizar estos días en el telediario como, a muy poca distancia del mismo, en la hermosa estación de ferrocarril, se está poniendo fin a uno de los pilares de la construcción de la Unión Europea nacida de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial y una de sus señas de identidad, ser tierra de acogida y refugio de los perseguidos por las guerras y los fanatismos.

Cuesta entender que sean precisamente los países que más han sufrido durante las dos guerras mundiales, las atrocidades del nazismo y del stalinismo abanderen hoy el no a los refugiados y fomenten entren sus ciudadanos el rechazo al inmigrante y/o refugiado. Los 175 kilómetros de alambrada con concertinas que acaba de instalar el gobierno del ultraconservador Viktor Orbán en su frontera con Serbia es una nueva vergüenza para Europa e incumple con los acuerdos de Dublín. El Consejo de Europa y el Parlamento Europeo deben reaccionar, no pueden permitir que un país-miembro de la Unión Europea nos empiece a recordar los episodios más negros de la Europa de los totalitarismos.

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