Respuesta a Julio Antonio Vaquero Palacios
Leo con atención su artículo de opinión publicado en este medio el 7 de agosto, y no puedo por menos que responder, vaya por delante que sin alegrarme lo más mínimo por los luctuosos hechos, a sus argumentos acerca de la motivación que llevó al presidente Truman a lanzar el doble ataque atómico contra Japón a primeros de agosto de 1945.
Reducir la decisión del lanzamiento de las bombas atómicas sobre Japón al argumento del miedo al aumento de la influencia soviética tanto en Europa como en el resto del mundo entiendo que es un argumento traído un poco con alfileres. No es que no se pueda minimizar su importancia, ni las seguras presiones recibidas por Truman por parte de Churchill, cuyo anticomunismo era bien conocido por todos; pero dejarlo ahí me parece demasiado simplista.
Mas importantes me parecen los hechos acontecidos durante los primeros seis meses de 1945 como son las terribles batallas de Iwo Jima y Okinawa, en las que, por ejemplo, de los 24 comandantes de batallón norteamericanos desembarcados en Iwo Jima, tan sólo 7 permanecen en su puesto al término de la conquista. La Marina estadounidense sufre tantas bajas en la batalla de Okinawa como en los dos últimos años de guerra en Pacífico. Esta misma batalla le cuesta al ejército casi 80.000 muertos, más de los perdidos en Europa en el último año y medio. Estos datos, así como las proyecciones y previsiones de pérdidas para la conquista de las grandes islas del Japón, que son evidentemente pavorosas, pesan enormemente sobre un presidente que sabe de la existencia de los ingenios atómicos desde hace nada más que tres meses.
Por otra parte, las declaraciones y acciones de los dirigentes del Japón no contribuyen a adoptar otro tipo de medidas que no sean buscar una rápida conclusión de la guerra. El 27 de junio el Gobierno japonés rechaza la Declaración de Potsdam en la que se pedía su rendición, y desde principios de año se hace propaganda de lo que ellos llaman “La Gloriosa Muerte de los Cien Millones”, que evidentemente no ayuda a la benevolencia americana.
OJO OJO OJO OJO OJO OJO...
Todavía el 9 de agosto, en el intervalo entre las dos bombas, sólo 3 de los miembros del Consejo de Gobierno se avienen a negociar, los otros tres se empecinan en continuar combatiendo.
Desde mi punto de vista, con estos mimbres pocos cestos se pueden hacer, y el hecho de que Truman no se arrepintiera en ningún momento de su vida de la decisión tomada no hace sino reforzar el convencimiento que tenía de haber tomado la decisión correcta, evidentemente desde los parámetros norteamericanos de 1945 y con los datos, cifras e impresiones que tenía a su alcance en aquel momento.
Atentamente
Andrés Villa García
Santolaya-Siero
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