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Semblanza de un maestro de escuela

14 de Septiembre del 2015 - Vicente Pedro Colomar Cerrada (Oviedo)

Corrían los primeros años de la década de los cuarenta del siglo pasado. Años de sangre, sudor y lágrimas como dijo aquel gran político inglés. Años de humillación y de pesar para los perdedores de una guerra y años de euforia y soberbia para los que la habían ganado. Años de miseria y pobreza extrema. Años de reconstrucción de ciudades y pueblos destruidos por la metralla asesina. Años de horas y horas de duro y penoso trabajo. Años de angustia y desconsuelo cuando los jornales recibidos apenas calmaban el hambre feroz de las camadas de escuálidos pequeñajos que se removían en las míseras viviendas. Años en los que los hombres se enfrentaban a pecho descubierto en las profundidades de una mina a la piedra asesina, levantaban muros de edificios subidos en andamios quejumbrosos e inseguros que producían vuelcos de muerte o volcaban grandes cubetas de hormigón en los muros de una presa que en ocasiones los arrastraba al fondo hasta engullirlos y quedar para siempre enterrados en una tumba de olvido. Años de hoces y guadañas manejadas de sol a sol por un enjambre de manos callosas y ennegrecidas que llenaban los resecos campos castellanos y los verdes prados del litoral cántabro. Años de lucha a muerte en una mar embravecida por unos valientes que poblaban pequeños y birriosos barquichuelos que se adentraban en su interior para, pasado un tiempo, llegar a puerto con algo que vender y poder dar de comer a su prole. Generación de hombres y mujeres de una posguerra que, enfrentados a tiro limpio en trincheras opuestas escasos años atrás, todos unidos trabajaron a destajo para intentar levantar a una España destruida por la pasada barbarie. Una nueva generación nacida durante la trágica contienda se incorporó a esa labor y a base de sacrificios, de llevar una vida humilde y sencilla, de trabajar horas y horas para levantar una familia de unos cuantos miembros, y manteniendo el sublime ejemplo de sus ya ancianos padres, ambas juntas consiguieron que sin ayuda exterior de ningún tipo aquella España destruida por el odio, la intransigencia y el desconocimiento de unos y de otros, al cabo de tres o cuatro décadas resurgiera de sus cenizas y se convirtiese en una nueva y gran nación.

En esos pueblos y ciudades distribuidos por todos los rincones de la superficie peninsular ejercían su abnegada y sublime labor los maestros de escuela. Empobrecidos en lo espiritual y en lo material por las dramáticas consecuencias de la guerra pasada, hombres y mujeres de España en la década de los años cuarenta enseñaban a leer y a escribir, y las cuatro reglas, con métodos muy sencillos pero muy prácticos, a los niños españoles. Ellos fueron los artífices de que una generación nacida en los inicios de la cruenta guerra quedase lo suficientemente preparada para poder emprender la reconstrucción de una nación destruida por una increíble barbarie.

En aquellas improvisadas escuelas de paredes desconchadas, ventanas desvencijadas y cristales rotos tapados los huecos con cartones, suelos agrietados y techos con goteras, maestros y maestras se afanaban en inculcar a grupos de niños escuálidos y famélicos, los principios mínimos de un comportamiento cívico y humanista que les habría de conducir a alcanzar el éxito en su trayectoria vital. Sentados en rudimentarias sillas y apoyados sobre raídas mesas que estaban posadas encima de tarimas desgastadas, ejercían su labor educadora. Pasando mucho frío y mucho calor junto a sus alumnos por la carencia en aquellos años de los medios adecuados.

Mesas cubiertas de libros en las esquinas y en el centro siempre destacando un juego de dos tinteros con sus plateadas tapas bajadas, uno cargado de tinta negra y otro de tinta azul, rematado el juego por un acanalado posa lápices y palilleros varios con sus plumines. Un libro abierto en el centro por el que seguían las respuestas de sus alumnos, a su izquierda un secatinta y un cenicero, más a su derecha la palmeta también desgastada más por el tiempo que por el uso. Pues no la empleaban mucho, pero cuando las circunstancias lo requerían propinaban un par de palmetazos en las manos o en el culo. Y aquellos niños no podían protestar en casa porque para sus padres la razón siempre la tenía el maestro y a lo mejor se escapaba un zapatillazo de la madre si continuaban con las quejas. Tiempos de un respeto profundo a maestros, padres y abuelos.

Con aquellos abnegados maestros de la posguerra, los niños españoles de aquellos años de pobreza y de miseria aprendieron a escribir en sencillos cuadernos y con lápices de punta gruesa palotes rectos o inclinados a derecha e izquierda, aprendieron a conocer las primeras letras del abecedario en simples cartillas llenas vocales y de consonantes, aprendieron aritmética haciendo pequeñas sumas 1+2=2; 2+1=3 y siguientes, aprendieron a leer de corrido en el “Catón” para después escribir en otro cuaderno de hojas rayadas una de las páginas leídas; aprendieron dictado con escasas faltas de ortografía, aprendieron la tabla de multiplicar con cánticos 5x1=5; 5x2=10; 5x3=15; aprendieron que España se extiende desde el cabo de Creus en Gerona hasta el golfo de Cádiz y desde Finisterre en La Coruña hasta el cabo de Gata en Almería; aprendieron que España limita al norte con el mar Cantábrico, al este con el mar Mediterráneo, al oeste con el océano Atlántico y al sur con el mar Mediterráneo y el estrecho de Gibraltar, aprendieron que Ataúlfo, Eurico, Alarico, Leovigildo, Recaredo fueron reyes godos...

Al dejar de teclear y retreparme en la silla, cierro los ojos y me llegan recuerdos de mi niñez, y creo volver a oír aquellos cánticos de tantos años pasados: 5x1=5; 5x2=10... y algo más en la lejanía: España limita al norte con el mar Cantábrico, al este con el mar Mediterráneo...

Queridos maestros y maestras, los alumnos de aquellos años de pobreza y miseria, pero años de tanta sencillez y humildad, y años de tanto orgullo por ser españoles, y que aún nos mantenemos con vida ya con la espalda encorvada y la cabellera blanca por el paso de los años, los tendremos siempre en el recuerdo y expresaremos siempre nuestro más sincero reconocimiento hacia sus personas hasta la eternidad.

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