¿Santa Teresa de Jesús vs. princesa de Éboli?
La fundación frustrada del convento femenino de Pastrana, supuso para la madre Teresa una auténtica prueba de fuego para el futuro de su reforma carmelitana. En esta fundación intervienen, bien directa o indirectamente, algunas de las personalidades más relevantes de la España de la segunda mitad del siglo XVI, especialmente los príncipes de Éboli, que tenían con Felipe II una relación muy estrecha por cuanto gozaban de su predilección manifiesta. Santa Teresa tuvo que hacer frente a los delirios monjiles de una de las mujeres más influyentes de su tiempo marcada desde su infancia por unas circunstancias trágicas que sólo acabaron con su muerte.
Doña Ana de Mendoza, una de las grandes de España, es más digna de lástima que de la leyenda negra que se ha urdido en su contra y que pretende presentarla como una mujer sin escrúpulos, con una ambición sin límites próxima a la depravación. Es necesario aclarar algunas de sus circunstancias existenciales, para después analizar su papel en el fracaso de la fundación del Carmelo femenino de Pastrana.
Ana de Mendoza, más conocida como princesa de Éboli, nace en 1540, es 25 años más joven que Santa Teresa (1515). Mujer de gran talento y hermosura; hija única y heredera de los duques de Francavilla. Su estrecha relación con Felipe data de 1553, cuando éste era príncipe. Fue testigo de los esponsales entre Ana y el portugués Ruy Gómez, 24 años mayor que ella. En una de las cláusulas matrimoniales según uno de los mejores historiadores del reinado de Felipe II, Geoffrey Parker, se prohibió la consumación del matrimonio hasta pasado dos años, Ana tenía apenas trece cuando se casó. Sola y con su marido en Inglaterra, padeció un percance montando a caballo (o practicando la esgrima), por lo que aparece pintada con un parche en un ojo, que la ha hecho más famosa. Durante un viaje de su marido a España, que residía en Londres por motivos diplomáticos, quedó embarazada, lo que no impidió que sus tirantes relaciones, especialmente con su padre, mejoraran. En una carta del padre a Ruy Gómez que se había trasladado a Bruselas, acentuando la soledad de Ana, le comunica: “la duquesa, su hija, no saldría de Pastrana, ni volvería estar conmigo, porque había 18 años que estaba martirizada”. Incluso llega a afirmar que se siente perseguido por su propia hija, como si fuera su mayor enemigo. Sin embargo, Ana tenía en la Corte una reputación alta como lo atestiguan las palabras de la princesa Juana cuando afirma que es Ana la más bonita cosa del mundo porque tenía más juicio que todos ellos. Pasó mucho tiempo como dama favorita de la reina Isabel de Valois. Ana permaneció en la corte hasta la muerte de su marido en julio de 1573. Madre de diez hijos, vivió una vida confortable.
La muerte de su marido, que fue privado de Felipe II y sumiller de Corps –jefe de varias oficinas y ministerios de palacio– supuso un golpe desestabilizador para tan agitada vida, y en un momento de melancolía –humor negro–, enfermedad que para Santa Teresa era incompatible con la vida en sus conventos, decidió repentinamente ingresar en el Carmelo que había fundado su esposo para el Carmelo calzado y posteriormente reformó Santa Teresa presionada por la misma princesa, con el nombre religioso de Ana de la Madre de Dios. Estas realidades de la sufrida vida de Ana de Mendoza explican, creo, los problemas que tuvo que resolver Santa Teresa para oponerse con firmeza y amabilidad a las pretensiones desestabilizadoras de la princesa de Éboli.
Es la propia Reformadora quien en el capítulo XVII del Libro de Fundaciones, escrito algunos años después (1576), narra todos los pormenores de aquellos años difíciles y casi definitivos para su reforma carmelitana.
Sin solución de continuidad y fundado el convento de Toledo, después de muchos inconvenientes con autoridades civiles y eclesiásticas y cansada de andar en disputas incluso con los oficiales que lo edificaban, esperaba la santa gozar de la suficiente tranquilidad para celebrar la Pascua, lo que vio truncado cuando, estando en refectorio (comedor), le comunicaron que un criado de la princesa de Éboli reclamaba su inmediata presencia, para que partiese con él a Pastrana para fundar allí un convento. Aquellas exigencias tan imprevistas no gustaron nada a la madre Teresa, por eso dijo al criado de la Princesa, que “no iría tan pronto” que ella escribiría a la Princesa y le explicaría las cosas, a lo que el criado respondió que sería afrenta no ir de inmediato. La santa logró convencer al criado; así escribe: “Él era hombre muy honrado y, aunque se le hacía mal, como yo le dije las razones que tenía, pasó por ello”. Ante esta contrariedad la santa se fue a rezar ante el Santísimo Sacramento para pedir al Señor –nos dice– que la ayudase para escribir una carta que no enojase a la Princesa. Además pensaba que debía tener de su parte al marido Ruy Gómez Silva, del que la santa decía que tenía mucha cabida con el rey Felipe II y con todos, además de un temperamento más conciliador. Sintió, nos dice, unas palabras del Señor que le decía que no dejase de ir y que a más iba que aquella fundación. La historia de las relaciones de Santa Teresa con la conocida como princesa de Éboli aún no ha sido contada en sus verdaderas dimensiones morales, sociales y religiosas.
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